Miles de Sandokan seremos

COLUMNA|

Beneficiario, víctima y reproductor del patriarcado incluso ahora mismo, hasta no hace mucho me preocupé exclusivamente por ver qué tan lejos podía remontar mi genealogía por línea paterna. Como contrapartida, soslayé la materna. Pero dos años atrás encontré una canción que me hizo pensar en mi abuela Josefina… Se llama “E io era Sandokan“.

Creo que en Chile la inmigración italiana no fue tan significativa como en la Argentina. La recuerdo de ojos celestes y cuerpo grueso, una de esas mujeres que los domingos ¡los domingos! se levantaban a las 7 de la mañana para empezar con la salsa de tomate y las pastas caseras. Cuando el que firma ya era un grandote boludo, todavía seguía con aquello de: “¡es tan chiquitoooo!”

A mis 7 u 8 años, llegó a casa con un par de libros de la colección “Robin Hood”, aquellos de portada y cubierta amarilla que marcaron época medio siglo atrás. ¿Circularon en Puerto Montt? Uno era “Los tigres de la Malasia” y el otro “El Corsario Negro”, los dos de Emilio Salgari, justamente un escritor italiano. No era usual que nos visitara: ella vivía en Caseros –conurbano bonaerense- y nosotros en Villa Urquiza –la Capital-. Ida y vuelta, debió viajar todo el día, combinando buses y trenes.

Para mí, esos libros fueron muy significativos, los primeros que no tenían dibujos o ilustraciones, puras páginas de letras, los primeros libros de “grandes”. Leí primero el que hablaba de Sandokan y sus piratas, de sus paraos frente a los cruceros ingleses, de la altiva Mompracen y la complicidad traidora del rajah de Sarawak. De cañonazos y abordajes frente a la injusticia del colonialismo inglés.
Diez años después, cuando volvió la democracia a la Argentina, no recuerdo que Josefina hablara de política. Más bien, era un asunto de hombres. Por entonces pasaba algo parecido a lo del presente: la política dividía familias hasta la enemistad. Al menos, así lo viví yo. ¡Vaya si me enemisté con mis mayores!

Josefina no hablaba de política pero con su regalo, sembró la semilla del anticolonialismo en su nieto. No importa si lo hizo a propósito o no, la cuestión es que pudo regalarme cientos de libros pero eligió “Los tigres de la Malasia” para mi lectura inaugural.
En 2018 escuché por primera vez “E io era Sandokan” en la versión de Banda Bassotti. Como no entiendo italiano, espontáneamente pensé que hablaba de aquel príncipe desposeído de su reinado por la agresión inglesa en la lejanísima Malasia. Pero no, la letra refiere a la resistencia contra el fascismo en la Italia de la Segunda Guerra Mundial. Sandokan era el “nombre de guerra” de un combatiente, quien entabla una conversación con un compañero y no puede darse a conocer con su nombre verdadero. Hay unas líneas de la historia que me conmueven especialmente. Traduzco yo, total el traductor de Google es más rígidos que poste de alumbrado: “todos estábamos prontos a morir / pero no hablábamos de la muerte, hablábamos del futuro. Si el destino nos aleja, el recuerdo de aquellos días / siempre unidos nos mantendrá”.
Cuando me propuse compartir el hallazgo de “E io era Sandokan” con la audiencia de “Sed y resistencia”, supe que en realidad, ningún partisano había alcanzado a entonarla. La canción data de 1974, cuando formó parte de la banda de sonido de “Nos habíamos amado tanto”, una película de Ettore Scola que todavía no vi. La Segunda Guerra había terminado tres décadas antes. Pero está a la vista que el fascismo recobra vitalidad en buena parte del mundo, inclusive en Chile y la Argentina. Como las resistencias también, en 2020 “E io era Sandokan” ya se escapó del film y se convierte en más cierta que la verdad.

Cuando la descubrí, el anterior gobierno argentino había decretado que las Fuerzas Armadas podían volver a enfrentar a su pueblo y obvio, también al pueblo mapuche. No fueron casuales entonces, el Tigre de la Malasia, los partisanos y mi abuela. Como aquellos y aquellas que se pararon ante nazis y fascistas 75 años atrás, miles habremos de ser “Sandokan”. En mi caso, gracias a Josefina, la madre de mi madre.

Por: Adrián Moyano.

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