La historia apache que “El Gran Chaparral” no te contó

En los 70 ganaba la pantalla chica de Buenos Aires y otras ciudades, una serie que convocaba al piberío y no tanto: “El Gran Chaparral”. En la ficción, respondía a ese nombre un rancho cuya propiedad era de la familia Cannon, cuyo jefe era John. Estaba asentado en un paisaje árido, polvoriento y arenoso que no trataba del todo bien al ganado. Aclaremos que, en este caso, “rancho” significa estancia o fundo, no mísera vivienda rural… John tenía como esposa a Victoria Montoya, hija de un poderoso hacendado, vecino y mexicano. Niño como era cuando me instalaba frente al televisor familiar en blanco y negro, la clase social a la que pertenecían los héroes de la trama no aparecía como dato principal, pero estaba clarísima: estancieros, los primeros beneficiarios de la usurpación del territorio indígena… No puedo afirmar que deba a la serie la primera referencia sobre la existencia de los apaches, pero por ahí debe andar.

No da buscar en YouTube y puede que apelar solamente a la memoria provoque errores, pero los Cannon interactuaron en un par de oportunidades con Cochise y con Victorio. Hoy, cuando estoy más cerca de los 60 pirulos que de los 50, sé que, junto con Mangas Coloradas, fueron los tres jefes más prestigiosos entre los apaches. Sí, adivino la pregunta: ¿y Jerónimo? El último es el más famosos entre los guerreros de su pueblo y dije bien, porque, aunque en los últimos momentos de libertad no le quedó otra que asumir liderazgo político, Goyathlay -su verdadero nombre- era en verdad un gran luchador y tenía conocimientos medicinales. Pero líderes con todas las letras, fueron sus predecesores.

La trama de “El Gran Chaparral” transcurría en un ambiente desértico de Arizona, precisamente uno de los distritos estadounidenses que se asentó sobre territorio apache y de otros pueblos. En más de una oportunidad, el “rancho” tuvo que fortificarse para repeler los ataques de los “indios”, que obviamente, eran los sempiternos malos de la película. Está de más decir que siempre, siempre, los Cannon y los Montoya se las ingeniaban para rechazar las incursiones de sus incómodos vecinos, aunque en la realidad, los guerreros apaches figuran entre los más aguerridos de la historia indígena. Con ellos pasó algo parecido a la resistencia mapuche: recién pudieron ponerla contra las cuerdas, cuando los ejércitos mexicano y estadounidense actuaron de común acuerdo. Por aquí, los ejércitos chileno y argentino hicieron otro tanto, en fechas llamativamente coincidentes.

Cochise murió a causa de una cruel enfermedad en 1874. En “El Gran Chaparral” nunca contaron el episodio que motivó su invencible rebeldía. La serie tampoco ventiló jamás que aquél, cuyos guerreros en la ficción no eran capaz de tomar un “rancho”, fue capaz de mantener a raya a un ejército de tres mil paramilitares estadounidenses, sólo con 500 de los suyos. Su suegro, Mangas Coloradas, perdió la vida después de caer en uno de los tantos engaños que jalonaron la relación entre indígenas y oficiales estadounidenses, desde 1850 en adelante. Asesinado por sus captores, un antecesor de Francisco Moreno se apoderó de su cráneo e hizo cosas indecibles que no voy a contar, porque “Sed y resistencia” sale al aire en horarios que pueden coincidir con la cena…

Victorio fue otro bravo entre bravos. Después de combatir tanto a mexicanos como a estadounidenses, después de cabalgar junto a Cochise y Mangas Coloradas, probó vivir en la infecta reserva de San Carlos, considerada el peor lugar del mundo por los apaches. Obviamente, cuando tuvo la oportunidad se fugó y retomó la senda de la insurrección. Victorio cayó a manos del ejército mexicano en un lugar llamado Tres Castillos. Después de agotar sus municiones, perdieron la vida 62 guerreros, 16 mujeres, niños y niñas. Ningún hombre adulto sobrevivió a esa masacre, pero el creador de “El Gran Chaparral” -el mismo de “Bonanza”- no escribió para contarnos esa historia, sino para que simpaticemos con los estancieros que se habían instalado en el varias veces centenario -o milenario- territorio apache. Escribió para que, durante nuestras niñeces aprendiéramos a admirar el clarín de la caballería, que siempre llegaba a tiempo para salvar los intereses de la clase propietaria.

Ninguna de las series o películas de Hollywood nos contó del traslado masivo que sufrieron los apaches chiricahua sobrevivientes, desde sus territorios ancestrales a Florida, en vagones de trenes sellados. Tampoco contaron cómo los niños y niñas murieron como moscas de tuberculosis, en las nefastas escuelas para “indios”, entre otras lindezas que trajeron la civilización y el progreso. Por estos días, se cumplen 135 de la capitulación de Jerónimo. Él y su gente soportaron casi tres décadas como prisioneros de guerra. Anciano, murió en Oklahoma, lejos del territorio que defendió como mejor pudo. Las series o películas de Hollywood quisieron ridiculizar la historia apache de rebeldía, reducirla a una cuestión de bandidos, salvajes y borrachos. Nunca hubo tiro por la culata, tan espectacular… Cochise, Mangas Coloradas, Victorio, Jerónimo: ¡recordemos esos nombres! Sólo mueren aquellos que dejamos de nombrar.

Por| Adrián Moyano | Ilustración D.P.