¿Por qué se escucharon “alaridos a lo indio” en las estepas santacruceñas?

En noviembre de 1921, la huelga general estaba declarada en Santa Cruz. Grupos de peones rurales recorrían las estancias para celebrar asambleas y sumar huelguistas, incautar armas y de encontrarlos, tomar como rehenes a patrones o administradores. La mayoría de los estancieros buscó refugio en las localidades de la costa, pero en la estancia Bremen-El Cifre esperaron a los levantiscos con armas en la mano. Propiedad de una familia alemana, en el casco se ocultaron cinco hombres armados con Mauser, entre ellos, un hijo de la pareja que venía de servir en el ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial. Es decir, tenía preparación militar.

Según la reconstrucción que hiciera Osvaldo Bayer, una mañana apareció frente al establecimiento un pequeño grupo, integrado por un trabajador argentino, otro español y ocho chilotes, o sea, oriundos del archipiélago de Chiloé. El piquete enarbolaba una bandera roja, gritaba vivas a la huelga y según el gran escritor y periodista, los chilotes daban “alaridos a lo indio”, para inspirarse ánimo. Los Schroeder -tal el apellido de los patrones- dispararon a la cabeza y lograron su cometido: dos de los huelguistas cayeron muertos. El resto, apenas armado con algunas armas cortas, no pudo sostener el tiroteo y se replegó.

Atónitos ante la caída de los compañeros, se conformó otro grupo de peones, esta vez, armado con Winchester, con el objetivo de tomar la estancia. En el entretanto, los estancieros habían recibido refuerzos de la Policía del Territorio Nacional. Cuando los trabajadores cargaron, se encontraron con más descargas. Temerario, el chilote Roberto Triviño Cárcamo, espoleó su caballo en dirección a los policías, pero un balazo terminó con su monta. Momentos después, fue capturado por los uniformados, quienes lo ataron a un molino. En las siguientes noches, sus compañeros intentaron liberarlo y mientras se renovaban los tiroteos, el joven de Ancud gritaba “viva la huelga” y se reía de los policías.

Cuando tropas del Ejército Argentino desembarcaron, el gobernador mintió y le dijo al coronel Varela que la estancia Bremen-El Cifre estaba en poder de los huelguistas. El militar se dirigió en persona al establecimiento con un pelotón de su tropa y encontró que la situación estaba bajo control policial. Sus colegas le contaron que Triviño Cárcamo se burlaba de ellos noche tras noche y que insistía en dar vivas a la huelga. Irritado, Varela ordenó su fusilamiento. Bayer estableció que el peón recibió la descarga entre sorprendido y tranquilo. Contaba con apenas 23 años. Fue el primer asesinato estatal de los 1.500 que se produjeron en la Patagonia Rebelde. Según el escritor de Chiloé, Luis Mancilla Pérez, la muerte de Triviño Cárcamo se produjo el 12 de noviembre. Es una estimación, porque ningún documento puntualizó el acontecimiento. Para los milicos del 10 de Caballería, para los estancieros y grandes capitalistas del sur, la vida de un peón chilote valía menos que las balas que se utilizaban para ultimarlos. Un compañero, Claudio Vargas Ojeda, me comentó que la familia Triviño todavía vive en Aguas Buenas, en cercanías de Ancud. Ojalá este homenaje proletario llegue a sus oídos.

¿Por qué se escucharon “alaridos a lo indio” en las estepas santacruceñas en 1921? Porque la abrumadora mayoría de los trabajadores que migraban año tras año para hacer unos mangos en las zafras laneras, provenía del archipiélago cuyas costas se divisan desde Puerto Montt. Una proporción importante de ellos, era huilliches, es decir, gente del sur en idioma mapuche. Durante mucho tiempo, en la Argentina se pensó que los protagonistas de aquella rebeldía obrera fueron españoles, alemanes y otros europeos. Claro que ellos participaron y que adherían al anarquismo, pero como afirma Mancilla Pérez con lógica impecable, no hay huelga sin huelguistas y la abrumadora mayoría de ellos, fueron chilotes y huilliches. Puede ser que no conocieran los libros de Bakunin o Malatesta, pero no necesitaban leerlos para saber de ayuda mutua, de propiedad comunal, de una sociedad sin jerarquías políticas y de colectividad. Los huilliches de Chiloé llevaban siglos de resistir contra la encomienda primero y otros explotadores después a través del boicot, el sabotaje y precisamente, la huelga. Además, muchos de ellos venían de formarse en las escuelas para trabajadores de la Federación Obrera de Magallanes. De ahí que se escucharan “alaridos a lo indio”, es decir, afafan, en las lejanas pampas santacruceñas. A pesar de los 1.500 estampidos, todavía se escuchan, si somos capaces de aguzar el oído.

Por | Adrián Moyano| Foto D.P.