¡Sigfrido! Abuelo del rock y pionero en advertir el calentamiento global

¡Qué sequía, cofrades! Días atrás, el columnista cruzó el Limay en dirección a Villa La Angostura (Neuquén) y el nacimiento del río en el Nahuel Huapi, ya presenta una pequeña barranca descubierta. Para quienes son de otros pagos, ese desnivel habitualmente no se ve, porque queda sumergido bajo aguas bravías. Quiere decir que el nivel del lago más importante de por aquí está inusualmente bajo y que la carencia de lluvias que, esperábamos, llegara a su fin con el arribo del otoño, todavía se estira. Además, si se echa una ojeada por las montañas desde lejos, se podrá ver que salvo el inconmovible Tronador, el resto carece de nieve alguna, pura piedra y sequedad.


Entre paréntesis, ¿cómo se nota la sequía en tu casa? ¿Podrían mandar algún mensaje a “Sed y Resistencia” y contarnos? No es concurso, no regalamos nada. Acá sólo tenemos un par de promesas, implacable rocanrol y varios pares de sienes ardientes, que son todo el tesoro. Creo que ya se dieron cuenta, ¿no?


Los fenómenos meteorológicos extremos, como la sequía en curso, son características del cambio climático, proceso sobre el cual se escribe mucho, se habla todavía más y se hace poco. Mientras las aguas disminuyen su nivel día a día en toda la cuenca del río Negro, persisten los planes mega-mineros, tanto en esta provincia como en Chubut y otros puntos de la Argentina. Como informara este espacio contracultural la semana pasada, en Catamarca y Chubut las fuerzas de seguridad se llevaron detenidos y detenidas a decenas de asambleístas, cuyo delito consiste en proclamar que el agua vale más que el oro y que la vida, no puede cotizar en Wall Street.
A comienzos de los 90, cuando del calentamiento global sólo se hablaba en algunos círculos científicos, Sigfrido Rubulis visitaba la redacción del diario donde hacíamos un suplemento joven, con fotos reveladoras. Por entonces, nada de tecnología digital, entonces nuestro compinche armaba una suerte de puzle con las fotografías que pacientemente tomaba para demostrarnos que los glaciares cercanos precisamente al Tronador, retrocedían inexorablemente.


Sigfrido tenía una profesión rara: glaciólogo. De origen letón, nunca pudo desprenderse de un acento enrevesado y una escritura todavía más enredada. Durante años, trajo su columna semanal a Diario Bariloche y quien firma, se encargaba de re-fritar esos textos para que todas y todos pudieran entender. Admito que el asunto tenía algo de tedioso, pero ahora tengo que agradecer: muchos antes que se pusiera angustiosamente de moda, supimos gracias al “abuelo del rock” que caminábamos hacia una inmensa freidora consecuencia del efecto invernadero y aunque nunca supe si conocía algo de az mapu, Rubulis decía que la Tierra era un ser vivo. Solía citar a un tal Lovelock, a quien nunca leí, pero debería.
Conocí a Sigfrido en 1991. Los cráneos de turno buscaban instalar un basurero nuclear en Gastre, corazón de la estepa patagónica. Esa localidad queda a 360 kilómetros de aquí, pero ¿cómo íbamos a permitir semejante dislate? Además, la radiación viaja demasiado rápido. En el grupito que se armó en Bariloche para enfrentar la intención del gobierno nacional, estaba Rubulis, el único científico de la banda. Me sorprendió poco tiempo después, encontrarlo en una noche de rock y cerveza, aunque él siempre tomaba champagne.


Sigfrido tenía 20 o 30 años más que el promedio de nosotros. Nunca lo vi usar otro pantalón que no fuera de cuero y nunca dejaba de bailar, aunque tenía cierto problema en una de sus rodillas. Disfrutaba particularmente en los conciertos de Mosca Roseta, una de las bandas que en esa década sacudía las noches de viernes y sábados, puro funk & roll, según la definición de su líder, Pablo “Chimango” Valette. Cuando Sigfrido pegó unos mangos a raíz de una herencia, costeó el que sería el primer disco de la banda, con grabación en estudio de Buenos Aires y todo. En ese álbum quedó plasmado aquello de “abuelo del rock”. En cambio, sus reflexiones sobre la vitalidad de la Tierra, sus advertencias sobre el desmadre ambiental que se venía y sus registros sobre los glaciares de la cordillera no quedaron en ningún lado, salvo en la memoria de quienes fuimos sus transitorios compañeros de ruta. Estaba lejos de ser perfecto y no quería ser ejemplo para nadie, pero ahora que la hipocresía se nota en las canillas de varios barrios de Bariloche, pienso en Sigfrido Rubulis: mirada clara, rock hasta que salga el Sol y palabra certera. Banderas que se alojaron para siempre en nuestro corazón.

POR| Adrián Moyano.