Columnas

Última columna: hasta que se borren las letras del teclado o se gasten las gargantas


El columnista no va a andar con vueltas: este es mi último aporte para el ciclo 2021 de “Sed y resistencia”. Para que el programa termine su temporada quedan unas emisiones todavía, pero la precipitada reactivación de planes que la pandemia había puesto en el freezer, hará que tenga que despedirme hasta el próximo período. Lo hago con cierta nostalgia, porque tenía intenciones de llegar hasta el cierre con mi compañero Rubén Darío Lagras, con el staff de Décima Sinfonía y con la miríada de radios que nos reproducen en Río Negro, Neuquén y Chubut.

Sobre todo, tenía intenciones de acompañar radialmente el centenario de la Patagonia Rebelde y fue por esa razón que comencé dos columnas atrás. En Santa Cruz, se institucionalizó como fecha culminante el 7 de diciembre, cuando se produjo el fusilamiento más masivo, en la estancia La Anita. Pero el corolario sangriento del conflicto que desataron los estancieros, demás patrones y grandes capitalistas del sur, arrancó en octubre, cuando por su presión, la Policía del Territorio Nacional deportó hacia Buenos Aires a la conducción de la Federación Obrera. Ya hablamos de aquellos sucesos.

Como “Sed y resistencia” está íntimamente asociado a una propuesta contracultural transcordillerana, viene de perillas destacar que la Patagonia Rebelde no fue un suceso santacruceño o argentino. El ciclo de avances obreros y represión patronal había arrancado en realidad en 1919, con los sucesos de Puerto Bories, a pasos de Puerto Natales. A veces, da escalofríos ver cómo las historias se repiten: ante el alza injustificada y estratosférica de los precios, los trabajadores del frigorífico iniciaron una huelga que las fuerzas de seguridad quisieron reprimir, a instancias de los empresarios. Es más, fue un gerente quien disparó primero. Pero la clase obrera de entonces tenía convicciones muy firmes y no quedó agresión sin respuesta, a tal punto que, durante varios días, los trabajadores tomaron el control de la ciudad. El acontecimiento quedó en la historia como la Comuna de Puerto Natales y saben qué: fue gracias al concurso de uniformados argentinos que el gobernador pudo retornar a su sitial… La represión fue tremenda porque los grandes capitalistas tomaron nota de aquella insolencia proletaria. Más datos, fíjense la página en Facebook de la Agrupación Mártires del 23 de enero de 1919. De paso, saludos al compañero Juan Miranda Vios.

Por entonces, la organización más poderosa del pueblo trabajador en el sur era la Federación Obrera de Magallanes (FOM), con sede en Punta Arenas. Desde allí partió el impulso que terminó en la fundación de la Sociedad Obrera de Río Gallegos, que se hizo célebre durante los sucesos cuyo centenario hay que remarcar con letras de fuego. En el sur del sur, el internacionalismo era una práctica concreta, no tanto por la presencia de trabajadores inmigrantes de Europa, sino por la fraternidad de las organizaciones. De hecho, la FOM logró que peones rurales se declararan en huelga del lado argentino en solidaridad con sus reclamos, cuando en realidad, el conflicto se registraba del lado chileno. La versión chilena de la Liga Patriótica vio de qué se trataba e incendió su local en 1920. La lección de aquellos días es inolvidable: cuando los ricachones hablan de patria, de banderas, de propiedad privada y de seguridad, es porque huelen sangre obrera. O indígena, o ambas.

El tercer episodio es el que cumple 100 años desde hoy y hasta enero próximo. Como ya dije, hay que insistir con el ejercicio de la memoria hasta que se borren las letras del teclado o se gasten las gargantas: a través del Regimiento 10 de Caballería, el Ejército Argentino fusiló entre 1.500 y 2.200 trabajadores, cuyo único delito consistió en demandar condiciones dignas de trabajo y remuneraciones que les permitieran salir de la miseria. Irónicamente, unos meses antes se había abolido la pena de muerte en la Argentina.

Así es cofrades, tenía ganas de recordar el crimen todavía impune para clamar justicia, porque muchas de las grandes fortunas que todavía hoy deciden sobre la vida de millones de argentinos, se edificaron sobre sangre obrera. En eso andaré en los próximos días, aunque en lejanas latitudes. Las convicciones serán las mismas: sólo mueren aquellos que dejamos de nombrar. Entonces, honor eterno a los caídos por la libertad. “Sed y resistencia”, ¡siempre! Nos reencontramos en 2022.

Por | Adrián Moyano| Foto D.P.

¿Por qué se escucharon “alaridos a lo indio” en las estepas santacruceñas?

En noviembre de 1921, la huelga general estaba declarada en Santa Cruz. Grupos de peones rurales recorrían las estancias para celebrar asambleas y sumar huelguistas, incautar armas y de encontrarlos, tomar como rehenes a patrones o administradores. La mayoría de los estancieros buscó refugio en las localidades de la costa, pero en la estancia Bremen-El Cifre esperaron a los levantiscos con armas en la mano. Propiedad de una familia alemana, en el casco se ocultaron cinco hombres armados con Mauser, entre ellos, un hijo de la pareja que venía de servir en el ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial. Es decir, tenía preparación militar.

Según la reconstrucción que hiciera Osvaldo Bayer, una mañana apareció frente al establecimiento un pequeño grupo, integrado por un trabajador argentino, otro español y ocho chilotes, o sea, oriundos del archipiélago de Chiloé. El piquete enarbolaba una bandera roja, gritaba vivas a la huelga y según el gran escritor y periodista, los chilotes daban “alaridos a lo indio”, para inspirarse ánimo. Los Schroeder -tal el apellido de los patrones- dispararon a la cabeza y lograron su cometido: dos de los huelguistas cayeron muertos. El resto, apenas armado con algunas armas cortas, no pudo sostener el tiroteo y se replegó.

Atónitos ante la caída de los compañeros, se conformó otro grupo de peones, esta vez, armado con Winchester, con el objetivo de tomar la estancia. En el entretanto, los estancieros habían recibido refuerzos de la Policía del Territorio Nacional. Cuando los trabajadores cargaron, se encontraron con más descargas. Temerario, el chilote Roberto Triviño Cárcamo, espoleó su caballo en dirección a los policías, pero un balazo terminó con su monta. Momentos después, fue capturado por los uniformados, quienes lo ataron a un molino. En las siguientes noches, sus compañeros intentaron liberarlo y mientras se renovaban los tiroteos, el joven de Ancud gritaba “viva la huelga” y se reía de los policías.

Cuando tropas del Ejército Argentino desembarcaron, el gobernador mintió y le dijo al coronel Varela que la estancia Bremen-El Cifre estaba en poder de los huelguistas. El militar se dirigió en persona al establecimiento con un pelotón de su tropa y encontró que la situación estaba bajo control policial. Sus colegas le contaron que Triviño Cárcamo se burlaba de ellos noche tras noche y que insistía en dar vivas a la huelga. Irritado, Varela ordenó su fusilamiento. Bayer estableció que el peón recibió la descarga entre sorprendido y tranquilo. Contaba con apenas 23 años. Fue el primer asesinato estatal de los 1.500 que se produjeron en la Patagonia Rebelde. Según el escritor de Chiloé, Luis Mancilla Pérez, la muerte de Triviño Cárcamo se produjo el 12 de noviembre. Es una estimación, porque ningún documento puntualizó el acontecimiento. Para los milicos del 10 de Caballería, para los estancieros y grandes capitalistas del sur, la vida de un peón chilote valía menos que las balas que se utilizaban para ultimarlos. Un compañero, Claudio Vargas Ojeda, me comentó que la familia Triviño todavía vive en Aguas Buenas, en cercanías de Ancud. Ojalá este homenaje proletario llegue a sus oídos.

¿Por qué se escucharon “alaridos a lo indio” en las estepas santacruceñas en 1921? Porque la abrumadora mayoría de los trabajadores que migraban año tras año para hacer unos mangos en las zafras laneras, provenía del archipiélago cuyas costas se divisan desde Puerto Montt. Una proporción importante de ellos, era huilliches, es decir, gente del sur en idioma mapuche. Durante mucho tiempo, en la Argentina se pensó que los protagonistas de aquella rebeldía obrera fueron españoles, alemanes y otros europeos. Claro que ellos participaron y que adherían al anarquismo, pero como afirma Mancilla Pérez con lógica impecable, no hay huelga sin huelguistas y la abrumadora mayoría de ellos, fueron chilotes y huilliches. Puede ser que no conocieran los libros de Bakunin o Malatesta, pero no necesitaban leerlos para saber de ayuda mutua, de propiedad comunal, de una sociedad sin jerarquías políticas y de colectividad. Los huilliches de Chiloé llevaban siglos de resistir contra la encomienda primero y otros explotadores después a través del boicot, el sabotaje y precisamente, la huelga. Además, muchos de ellos venían de formarse en las escuelas para trabajadores de la Federación Obrera de Magallanes. De ahí que se escucharan “alaridos a lo indio”, es decir, afafan, en las lejanas pampas santacruceñas. A pesar de los 1.500 estampidos, todavía se escuchan, si somos capaces de aguzar el oído.

Por | Adrián Moyano| Foto D.P.

Enronquecer la garganta por la Patagonia Rebelde

Cien años atrás, los peones rurales que trabajaban en las estancias de Santa Cruz, volvían a la huelga. Otro tanto hacían los trabajadores de las principales localidades. Como respuesta, la Policía del Territorio Nacional, a las órdenes del gobierno de Hipólito Yrigoyen, allanó las sedes gremiales y detuvo a los referentes de la Federación Obrera, pero no se contentó con apalearlos y torturarlos, además, los deportó hacia Buenos Aires en buques de la Armada de la República Argentina. Cien años atrás, más o menos por estos días, puede decirse que empezó a tejerse la trama final de los sucesos que quedaron en la historia, primero como Patagonia Trágica. Luego, como Patagonia Rebelde.

Pero, ¿quedaron en la historia? Sobre el fusilamiento de los 1.500 peones rurales que habían osado marcarle la cancha al omnímodo poder patronal, se abatieron toneladas de argumentos falaces primero y décadas de silenciamiento luego. Fue después de la tan minuciosa como valiente labor de Osvaldo Bayer que la verdad de la auténtica masacre empezó a conocerse, a comienzos de la década de 1970, es decir, medio siglo después. Recién por entonces… Tiempo suficiente como para que los asesinos de trabajadores quedaran impunes, no sólo quienes apretaron los gatillos, sino también los que dieron las órdenes y, sobre todo, aquellos patrones que habían trabajado pacientemente para desencadenar la represión.

¿Todos y todas sabemos de qué habla esta columna? Por las dudas y sobre todos para les más jóvenes, vamos a recapitular: en 1920 se había desencadenado una huelga en las estepas santacruceñas. No era la primera y sus planteos eran más bien mínimos vistos desde hoy, pero los grandes estancieros, muchos de ellos británicos o fuertemente asociados a capitales de ese origen, advirtieron el peligro de la movilización. Tres años antes, había triunfado la primera revolución obrera en la vieja Rusia y nadie quería que en la Argentina sucediera otro tanto, aunque que la demanda de instrucciones en español para los botiquines y el sábado libre para lavar la ropa, poco se pareciera a un gobierno de los soviets. La región venía de conmoción en conmoción porque en 1919, los trabajadores del Frigorífico Bories, en Puerto Natales, habían levantado acalorados reclamos ante el aumento del costo de vida. La intensidad de la movilización fue tal que, por varios días, los trabajadores controlaron la ciudad y dieron lugar a la así llamada Comuna de Natales, una de las páginas más gloriosas en la historia de la clase obrera patagónica. Por entonces, la principal organización de la región era la Federación Obrera de Magallanes, a cuyo influjo se organizó la Sociedad Obrera de Río Gallegos. En el sur del sur, el internacionalismo proletario era una realidad porque, además, las fronteras entre Chile y la Argentina eran un invento relativamente reciente. En 1920, la Liga Patriótica en su versión chilena, junto con la participación de fuerzas de seguridad, incendiaron la sede de la FOM en Punta Arenas. Algunos de sus referentes se fugaron hacia la Argentina y recién caerían durante los sucesos que queremos instalar en las memorias más ardientes. Fue en ese contexto que la peonada santacruceña, integrada en su abrumadora mayoría por inmigrantes de Chiloé, se levantó para exigir satisfacción a sus demandas. Si bien el gobierno nacional envió a tropas del Ejército, en esa primera oportunidad, el coronel Héctor Varela, hombre de la Unión Cívica Radical, encontró razonables los pedidos proletarios y acercó a las partes hasta que se celebró un acuerdo. Fue su incumplimiento en cercanías de la siguiente zafra lanera el que motivó la renovada medida de los trabajadores, pero la detención y deportación de sus compañeros equivalió a echar nafta al fuego. Con la conducción del célebre Antonio “Gallego” Soto y otros referentes que adherían al anarquismo, peones comenzaron a recorrer 100 años atrás las estancias santacruceñas para convocar a la huelga, incautar armas y en caso de encontrarlos, tomar como rehenes a estancieros o encargados. Bajo la presión de los grandes capitalistas, Yrigoyen volvió a enviar tropas, en particular, hombres del Regimiento 10 de Caballería. Soldados del Ejército Argentino contra peones rurales, en su gran mayoría sólo armados con sus cuchillos de faena. Los diarios de Buenos Aires hablaban de bandidos, de saqueos, de violaciones de mujeres y otras falacias. Sólo El Trabajo, el periódico de la FOM, informó como pudo sobre la realidad de los acontecimientos. En “Sed y resistencia” consagraremos varias columnas al homenaje de la Patagonia Rebelde porque a ciertas historias hay que reescribirlas hasta que se borren las letras del teclado, hasta que se enronquezcan nuestras gargantas, de tanta bronca.

Por | Adrián Moyano| Foto D.P.

Eastwood: de “Harry el sucio” a “Cry Macho”

Si pudiera separarse a “Cry Macho” de la trayectoria de su autor, la crítica sería despiadada o peor aún, indiferente. En efecto, la película más reciente de Clint Eastwood hace agua por todas las bandas: salvo el protagonista -personificado por él mismo- el resto de actrices y actores no consigue convencer con sus trabajos. Quizá pueda decirse en su defensa, que el guion no parece demasiado feliz, aunque se trata del único desempeño que el viejo actor y director delegó en otra gente. Incluso es el productor ejecutivo de “Cry Macho”, es decir, pateó el córner y fue a cabecear al centro en el área, si se me permite jerga futbolera.

Pero la película invita a ver más allá de aspectos meramente cinematográficos. Eastwood cuenta ya con 91 años, entonces, es más que probable que la concibiera como su última andanza, tanto detrás como delante de la cámara. Quienes estamos al borde de los 60 pirulos, quizá nos topáramos por primera vez con su estampa de hombre duro en una de cowboys, hace muchos años, pero el que firma no puede dejar de recordar el impacto que tuvo en los 70 la saga de “Harry el sucio”. Más allá de su trama violenta, aquel era un policía que hacía honor a su nombre y para decirlo con suavidad, utilizaba métodos no del todo convencionales para lograr su cometido. No es para nada casualidad que su éxito en las taquillas argentinas coincidiera a grandes rasgos con la Triple A primero y con la represión ilegal que puso en práctica la última dictadura, es decir, con el Terrorismo de Estado. Si el cowboy Eastwood podía apartarse de la ley, por qué no los grupos de tareas que decían combatir a la subversión apátrida…

En cuanto a su labor como director, el que firma recién paró la oreja ante un hecho muy inusual y tal vez único en la historia de la cinematografía estadounidense: en “Cartas desde Iwo Jima”, Eastwood se puso del lado japonés en una de las batallas más emblemáticas de la Segunda Guerra Mundial. Si bien no deja de ser “una de guerra”, hizo aquello que decenas o quizá centenares de películas hollywoodenses habían obviado: consideraron la humanidad de los soldados japoneses. Su arriesgada visión se complementó con “Flags of our fathers”, contrapartida que se detiene en la vida de aquellos marines que, según nos habían contado en otra multitud de películas y libros, habían levantado la enseña de las barras y las estrellas en las alturas de la desolada isla del Pacífico. En particular, recuerdo las desventuras de un nativo americano, que después del fulgor de la fama, cae en la depresión y el alcoholismo.

Muchos años después, gracias a un tema que compuso Peter La Farge, supe que se trataba de Ira Hayes, integrante del pueblo pima, una de las primeras naciones de Arizona. El tema de La Farge se tituló “La balada de Ira Hayes” y no le creas a Wikipedia: no fue Pete Seeger su autor. Según se dice, fue el primer tema del folk estadounidense que abordó temática indígena en llegar a la radio. Hay versiones de Johny Cash y del mismísimo Bob Dylan, pero cierto que la columna hablaba del viejo Eastwood…

Como director, había comenzado a cuestionar la imagen que durante tanto tiempo había proyectado, con “Gran Torino”. En su trama, un estadounidense estereotipado, maduro y gruñón, ve trastornada su rígida cotidianeidad al instalarse en la casa de al lado, una familia inmigrante de origen hmong, una etnia oriental. Veterano de la Guerra de Corea, el personaje de Eastwood sorprende a unos de sus jóvenes vecinos mientras intentaba robarle su preciado auto. El muchachito trataba de hacerse del vehículo para congraciarse con la patota juvenil que asolaba el barrio. Lejos de reaccionar como era previsible, el viejo Walt no sólo comienza a ayudar al ladronzuelo, hace otro tanto con su hermana, todavía adolescente.

Las tres que mencioné fueron grandes películas, aunque su director conoció el Oscar gracias a otros títulos. En cambio, “Cry Macho” patina por todos lados, aunque vale por sus convicciones. El tipo al que todas y todos recordaremos como un cowboy cuando se muera, se dio el lujo de poner en boca de su personaje que no tiene nada de atractivo dejarse embestir por toros y derribar por caballos. También proclama que no tiene nada de varonil tragarse lágrimas y morfarse las emociones. Y no puede pasarse por alto que buena parte del elenco involucre a mexicanos y mexicanas, gente todavía estigmatizada en su país. Así es, cofrades. No muchos repararán en “Cry Macho” cuando se escriba la historia cinematográfica de Clint Eastwood. Quizá sólo la tengan en cuenta aquellos y aquellas que valoren la deconstrucción personal como otra manera de dar pelea. Tal vez, la forma más importante de darla.

Por | Adrián Moyano| Foto D.P.

Pronunciar y silbar Patricio Manns al este de la cordillera

Ya conté en otra columna que 24 años atrás, más o menos, cometí el error de poner una disquería a unos pasos del centro de Bariloche. No contento con el dislate, en algún momento sumé libros, para ver si prosperaba el negocio. También mencioné el rotundo fracaso comercial de mi emprendimiento porque para manejar un comercio, no alcanza con saber algo de música y otro tanto de literatura, hay que conocer de números y de esa faceta central, yo no cazaba un fulbo. Pero no todas fueron pálidas. Un buen día, ya no recuerdo cómo, apareció en el stock de libros “El corazón a contraluz”.

Como no entraba mucha gente al local, tenía tiempo de leer y así fue como me sumergí en sus páginas. Por mi parte, todavía no había publicado ningún libro pero ya tenía la intención y no pude menos que sentir una profunda envidia. El primer capítulo de la novela es una obra de arte en sí misma, lo leí dos veces antes de lanzarme a devorar el resto de la trama. ¡No se puede escribir así!, pensaba, con atónita admiración y deslumbramiento. Creo que ese fue mi primer contacto con la tarea literaria de Patricio Manns. Felizmente, compró el único ejemplar que había llegado una gran amiga, muy conocedora de cultura chilena, y no tuve el menor empacho en pedírselo prestado, una vez que ella lo finalizó. Por entonces, no sabía nada de historia de Tierra del Fuego y con “El corazón a contraluz”, Manns consiguió como novelista aquello que los historiadores rara vez logran: que la gente se interesa por un pasado trágico, duro, que poco tiene de enaltecedor. Su protagonista es Julio Popper, un personaje tan nefasto como enigmático y una mujer que cumplía entre los selk´nam el mismo rol que una machi entre los mapuche… No añado nada más por si te da por leerlo porque ahora que su autor se fue, seguro se reeditan sus trabajos, inclusive en la Argentina. Pero un recuerdo más: fascinado como estaba con ese primer capítulo, una vez lo leí en voz alta en una playa de Las Grutas. Tan absorto que el Golfo de San Matías se convirtió en el canal de Beagle y el viento que venía de la estepa rionegrina llegaba en realidad de las montañas fueguinas. Cuando llegué al final, levanté la mirada y todos los que estaban cerca habían prestados atención, inclusive gente desconocida. La magia de Manns se había escapado de las páginas.
No me pasó lo mismo con “El lento silbido de los sables”, novela más reciente. Como transcurre en la Araucanía en la época final de la ocupación, quizá no me sorprendió porque a fin de cuentas, algo conozco del tema y además, me pareció que el autor que ya empezamos a extrañar, echó mano a recursos que a esa altura de su trayectoria, podían considerarse clichés. Pero bueno, la intensidad de los destellos no puede ser uniforme para siempre.
Del lado de la música, la primera versión rock con la que Manns entró en la banda sonora de nuestras vidas, corrió por cuenta de Miserables. Está en “Cambian los payasos pero el circo sigue”, un disco de 1995 o 1996, se llama “Llegó volando” y a pesar de los años, tiene tanta pero tanta vigencia que espeluzna. Y Manns lo hizo de nuevo: ¿cuántos y cuántas fuimos de este lado de la cordillera, los que quisimos averiguar quién fue Manuel Rodríguez después de escuchar “El cautivo de Til Til? A les amigues puertomontinos hay que aclararles que ni en la Primaria, ni en la Secundaria ni en la universidad, escuchamos jamás nada de aquel que después de Cancha Rayada, bramó “¡aún hay patria, ciudadanos!” Apenas si nos contaron de O’Higgins como segundo de San Martín y nada que pudiera eclipsar a la figura del libertador. Nadie nos contó del “húsar de la muerte” y recién paramos la oreja, ya grandecitos, cuando nos preguntamos por qué el Frente Patriótico había elegido su nombre para identificarse. Y hasta resulta que había una canción…

El que firma venía silbando una vez “El cautivo de Til Til” por las calles de Comodoro Rivadavia y su amigo, el poeta Jorge Spíndola, le dijo: “escuchá Arriba en la cordillera, es la historia de mi abuelo”. Una pluma de fuego reverencia a otra incandescente: “Que sabes de cordilleras / si tu naciste tan lejos hay que conocer la piedra / que corona al ventisquero. / Hay que recorrer callado / los atajos del silencio”. Así eran la escritura y la música de Patricio Manns, certeros como directos a la mandíbula: deslumbrantes “como el rayo de la libertad”.  

Por | Adrián Moyano| Foto D.P.

¿Será transgénico el pan nuestro de cada día?

Parece que la costumbre data de 1529. Ese año, Viena sufrió un largo asedio por parte de ejércitos turcos y para levantar el ánimo de la población, los panaderos de la actual capital austríaca copiaron la media luna que ondeaban en los pabellones de los campamentos enemigos y la moldearon en sus hornos. Luego, para divertirse y provocar al adversario, los vieneses se asomaban a las murallas de la ciudad y a la vista de los soldados turcos, mordisqueaban y masticaban su símbolo sagrado. Gente musulmana, los sitiadores interpretaban esa burla como una blasfemia.

Se dice que parte de esa intención blasfema fue retomada por los panaderos argentinos de fines del siglo XIX. A su paso por aquí, Errico Malatesta había ayudado a organizar su sindicato, de clara orientación anarquista. De este lado de la cordillera, se denominan “facturas” a productos reposteros de sabor generalmente dulce, que se hornean a partir de una mezcla de harina, levadura y manteca. Las “facturas” suelen acompañar el desayuno de millones de argentinos y argentinas e inclusive, el café de media mañana. Algunas de ellas son de origen europeo, pero por aquí adquirieron otras formas y apodos tan provocadores como aquel de la guerra entre turcos y austrohúngaros. Que se llamen “cañones”, “bombas”, “vigilantes”, “bolas de fraile”, “suspiro de monja” o “sacramentos” es responsabilidad anarquista, para escarnio respectivo de militares, policías y miembros de la Iglesia. No hay pruebas, pero para el investigador Christian Ferrer, tampoco dudas: “el vínculo entre palabra y comida parece haber sido suturado con hilo de coser ideológico”, afirma. En efecto, en la Regional Argentina, “el sindicato de panaderos fue conducido por dirigentes anarquistas durante varias décadas”, refuerza Ferrer. Prácticamente hasta los años 30.

El trigo fue introducido al continente que conocemos como América a partir de las invasiones españolas. Pero su adopción por parte de los pueblos indígenas es tan antigua, que el muday mapuche, componente central de las ceremonias al menos en Puelmapu, acostumbra a hacerse con una variante del trigo. Se trata de una bebida que fermentada alcanza una pequeña graduación alcohólica, pero más allá de beberse en ocasiones puntuales, buena parte del muday que se hace suele terminar derramado sobre el rewe o sus cercanías, como gesto de reciprocidad hacia el Mapu y sus newen.

Ajeno a toda consideración histórica o ritual, el gobierno de Alberto Fernández aprobó hace casi un año, el cultivo y acopio de trigo transgénico HB4, que desarrolló la empresa Bioceres en sociedad con la trasnacional francesa Florimond Desprez. Si bien todavía no se aprobó su comercialización, la Agencia de Noticias Tierra Viva informó en agosto último que en 2020 se sembraron seis mil hectáreas de trigo genéticamente modificado y se cosecharon 17 mil toneladas. En 2021 se volvió a sembrar en las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, La Pampa y Santiago del Estero.

En llamativa contradicción con el concepto de soberanía alimentaria que la gestión derrotada en las PASO esgrimió durante el affaire que envolvió al conglomerado Vicentín, la comercialización del trigo transgénico depende del gobierno brasileño. En su última reunión, la Comisión Técnica Nacional de Bioseguridad de ese país no trató la solicitud de Bioceres, a la espera de más información. Si Brasil aprueba transacciones comerciales de trigo transgénico, otro tanto sucederá en la Argentina.

Su introducción es un desastre, porque es imposible que no contamine al resto del trigo. Ya se pronunciaron especialistas del ámbito científico, organizaciones sociales e inclusive, la Federación de Centros y Entidades Gremiales de Acopiadores de Cereales. También se presentaron demandas en juzgados federales y provinciales.

El tema es de incumbencia de todos y todas. ¿Vamos a dejar que se metan con el pan? ¿El muday de los llellipun mapuche será transgénico? ¿Comenzaremos a deglutir con cierto asco las “facturas” que todavía hoy llevan la marca registrada de aquellos panaderos anarquistas? Una de las piedras angulares del pensamiento ácrata fue aporte del ruso Piotr Kropotkin y se llamó precisamente, “La conquista del pan”. Aquellos y aquellas, que cada 7 de agosto piden a San Cayetano “paz, pan y trabajo”, ¿deberán aclarar que transgénico mejor no? Sabemos que, en materia de organismos genéticamente modificados, no hay grieta en la Argentina. La pelota está de nuestro lado, cofrades. O, mejor dicho, el pan en nuestros hornos. Todavía.

Por | Adrián Moyano| Foto D.P.

Para convertirse en leyenda, primero hay que hacer historia

Aunque sepamos poco y nada de historia griega, es muy probable que alguna vez nos hayamos cruzado con narraciones sobre la Batalla de las Termópilas. En mi caso, supongo que la primera fue cuando en los “Sábados de Súper Acción” de la televisión de Buenos Aires, proyectaban “El León de Esparta”, una película estadounidense de 1962. Más recientemente, hubo otra versión más espectacular que se tituló simplemente “300”, se estrenó en 2007 y tuvo gran repercusión porque además de recrear el acontecimiento, se valió de tecnologías que, por entonces, eran nuevas para la industria del cine.
Más allá de las reconstrucciones fílmicas, el hecho existió y tuvo lugar hace muchísimo tiempo: año 480 antes de Cristo. A grandes rasgos, la versión que llegó hasta nuestros días, afirma que un enorme ejército persa se dirigió hacia las geografías griegas de la actualidad, al mando del emperador Jerjes. La movilización tomó a los griegos un tanto por sorpresa y, además, Grecia estaba lejos de ser una nación que se organizaba al estilo de los Estados modernos, más bien era una confederación de ciudades, cada una con sus formas de autogobierno. La respuesta militar demoró en efectivizarse y en ese contexto, fue que nació la leyenda.
Para dar tiempo al resto de las fuerzas griegas a reunirse, el rey espartano Leónidas, aceptó la idea de bloquear el cruce de los persas en el Desfiladero de las Termópilas, un sitio donde precisamente, el paso se estrechaba considerablemente. Junto con 300 de los suyos, guerreros especializadísimos, se apostó y aguardó la llegada de los invasores. Fuentes históricas contemporáneas aseguran que la oposición griega se nutrió de muchos guerreros más, pero estas palabras no tienen como objeto esclarecer circunstancias, sino destacar una actitud.
Según Heródoto -considerado Padre de la Historia en Occidente- las tropas agresoras se conformaban con dos millones y medio de efectivos. Otras fuentes hablan de cuatro millones y unas más, de 800 mil. Investigadores del presente ponen en duda tamaña magnitud, pero como sea, es el gesto legendario de Leónidas el que debería conmovernos. Otra vez Heródoto, afirma que uno de los soldados bajo su mando quiso amedrentar al jefe guerrero e insinuar una pronta retirada. Dijo que los arqueros persas eran tantos, que cuando disparaban, sus flechas, se oscurecía el Sol. Lejos de amilanarse, Leónidas respondió, palabras más, palabras menos: “Mejor, lucharemos a la sombra”.
Quizá no haga falta irse tan atrás y tan lejos para traer hasta el presente ejemplos de desafío en situaciones de inferioridad o momentánea derrota. En la historia de Galvarino también se confunden narración y leyenda, pero a su actitud la documentaron varios cronistas españoles, no sólo la memoria oral mapuche. El peñi cayó prisionero en la batalla de Lagunillas y aquellos que traían la salvación para los salvajes, cortaron una de sus manos para aleccionar al resto de los weichafe. El mutilado ofreció la otra para que entendieran que seguiría combatiendo y aún después, puso a disposición del verdugo su cabeza. Entre burlas, los soldados de su majestad católica dejaron que se fuera. ¡Cuál no sería su sorpresa al observar que Galvarino retornó al combate y entre los suyos, arengaba a los demás guerreros!
Un ejemplo más, ya que estamos en la semana del 18 (de septiembre) en Chile. En marzo de 1818, el ejército al mando de San Martín sufrió una humillante derrota en Cancha Rayada. En Santiago, poco se sabía sobre la suerte corrida e inclusive, no sólo se especulaba con la muerte del correntino sino también con la de Bernardo O’Higgins. No faltaron quienes pensaron en mandarse a mudar e inclusive, pasarse de bando. En otro caso en el cual se mezclan la leyenda y la historia, dícese que el precisamente legendario Manuel Rodríguez, cabalgó por las calles de la ciudad al grito de “aún tenemos patria, ¡ciudadanos!” Por entonces, patria significaba revolución, no fascismo. Y proclamarse ciudadanos o ciudadanas, subversión ante la condición de súbditos de un rey.
Puede haber matices, pero creemos que nadie, ni en el equipo ni en la audiencia de “Sed y resistencia”, debió alegrarse ante el triunfo electoral de la derecha neoliberal en las elecciones argentinas del domingo último. Cada una o uno sabrá de qué manera alimentar el fuego que ardió en Leónidas, Galvarino o Manuel Rodríguez. Los griegos finalmente echaron a los persas de su territorio, los mapuche equipararon la cuenta en 1598 y los maturrangos se batieron en retirada, poco días después de Cancha Rayada. ¿Cómo desfallecer por tan poca cosa como unas primarias de resultado desalentador? Mientras la ternura y la imaginación, estén de nuestro lado, no hay nada que temer. ¡Hagamos historia, seamos leyenda!

Por | Adrián Moyano| Foto D.P.