Cuando la matria es el País de la Lluvia
El poeta oriundo de Chiloé, Sergio Mansilla, arranca unos de sus libros con un reconocimiento hacia un escritor que nos marcó a les sedientes y resistentes, cuando lo leímos tres o cuatro décadas atrás. Dice Mansilla: “Debo a Henry Miller este pensamiento: Soy un patriota de Changüitad y de Curaco de Vélez, Chiloé, donde me crie. El resto de Chile no existe para mí, excepto como idea, o historia o literatura”. Añade el escritor, docente universitario e investigador, que el pensamiento de Miller que inspiró el suyo está en “Primavera negra” y que se refiere a Fourteenth Ward, Brooklyn.
El que firma se siente particularmente identificado con las dos sentencias, la de Mansilla y la de Miller, aunque en sentido inverso. El nacido en Changüitad reside hace décadas en Valdivia y siente un particular desgarro al tener que vivir lejos de su tuwün, como diríamos en mapudungun, a tal punto que la línea que sigue, dice: “En mis sueños regreso a esa comarca de la isla de Quinchao, igual que un paranoico vuelve a sus obsesiones. Porque lo que es inmutable es el dolor de la separación, y este dolor sigue vivo después de que el cuerpo es enterrado”.
En mi caso, salvo lazos familiares cada vez más reducidos, nada me vincula con Buenos Aires, donde nací. Si tuviera que parafrasear a la dupla Mansilla-Miller, diría que mi patria es el territorio del Nahuel Huapi, adonde llegué algo más de 30 años atrás. El resto de la Argentina no existe para mí, salvo como idea, o historia o literatura. Pero el antiguo dominio de aquellos que “por su valentía se llaman tigres”, es una suerte de pago chico.
No soy poeta, pero a veces, me da por escribir cosas que llamo textos poéticos. Hago la salvedad porque precisamente, poesías son las que escriben personas como Mansilla, Jorge Spíndola, Rosabetty Muñoz, Viviana Ayilef, Cristian Aliaga, Carolyn Riquelme, Liliana Campazzo, David Añiñir y un largo etcétera, a uno y otro lado de la querida cordillera. Tengo pendiente un texto poético, decía, al que quisiera titular País de la Lluvia. Sus límites no fueron fijados por el fuckin’ perito Moreno o sus colegas trasandinos, sino por la naturaleza: a nadie escapa que cuando llueve o nieva en Bariloche, también llueve en Puerto Montt, en Osorno y en Valdivia. Cuando la lluvia golpetea techos en Los Lagos o en La Unión, hace otro tanto en Villa La Angostura o San Martín de los Andes. Cuando el viento se estrella contra las ventanas en Pucatrihue o Maicolpué, en minutos zumbará entre los coihues de las montañas hasta abrirse paso en la estepa neuquina, rionegrina o chubutense.
Una vez vi con claridad los límites del País de la Lluvia. La tarde anterior, Anahí Mariluan había tocado en Villarrica, en la apertura de “Tuwün”, la muestra de cine indígena que organizaba el realizador Gerardo Berrocal. Pernoctamos en Coñaripe, en la zona lacustre de la Araucanía y cuando emprendimos el regreso al Puelmapu, empezó a llover tenuemente, de manera que no pudimos saludar el gran Ruka Pillan -el volcán Villarrica- a nuestro paso por la ciudad del mismo nombre y Pucón. Después de atravesar Curarrehue, ya podíamos tocar las nubes con las manos y las montañas se ocultaban detrás del gris húmedo. Antes de llegar al puesto fronterizo del lado chileno, el agua se convirtió en nieve y los pehuenes ya acusaban algunas blancuras. Demoramos intencionadamente el cruce burocrático mientras apurábamos un par de sándwiches que llevábamos, para estirar esa sensación memorable: montaña, bosque, nieve, ruta… Transitar por el paso Mamül Malal en esa ocasión resultó emotivo, pero todavía faltaba para llegar a casa. Como la nevada no era intensa, retornamos por la sinuosa Ruta de los Siete Lagos, que precisamente, une San Martín de los Andes con Villa La Angostura y luego Bariloche.
Fue en esa ocasión donde advertí el límite del País de la Lluvia: quedaba todavía un tranco para dar con la ruta 237 cuando en el cielo, vi como la tormenta finalizaba con llamativa claridad geométrica con una línea diagonal que, a grandes rasgos, me pareció que seguía el curso sudoeste-noreste del río Limay. Vi en el Wenu Mapu, los contornos del País de la Lluvia. Entonces, me reconozco tributario de Sergio Mansilla y de Henry Miller, pero en otra dirección. Soy un patriota del Nawel Wapi Mapu y ciudadano del País de la Lluvia, donde no me crie, pero volví. El resto de la Argentina -y de Chile- no existen, excepto como idea, o historia o literatura. Patriota, aunque me siente mejor el concepto de matria y siempre, internacionalista.
Por| Adrián Moyano | Foto D.P.