¿Será transgénico el pan nuestro de cada día?
Parece que la costumbre data de 1529. Ese año, Viena sufrió un largo asedio por parte de ejércitos turcos y para levantar el ánimo de la población, los panaderos de la actual capital austríaca copiaron la media luna que ondeaban en los pabellones de los campamentos enemigos y la moldearon en sus hornos. Luego, para divertirse y provocar al adversario, los vieneses se asomaban a las murallas de la ciudad y a la vista de los soldados turcos, mordisqueaban y masticaban su símbolo sagrado. Gente musulmana, los sitiadores interpretaban esa burla como una blasfemia.
Se dice que parte de esa intención blasfema fue retomada por los panaderos argentinos de fines del siglo XIX. A su paso por aquí, Errico Malatesta había ayudado a organizar su sindicato, de clara orientación anarquista. De este lado de la cordillera, se denominan “facturas” a productos reposteros de sabor generalmente dulce, que se hornean a partir de una mezcla de harina, levadura y manteca. Las “facturas” suelen acompañar el desayuno de millones de argentinos y argentinas e inclusive, el café de media mañana. Algunas de ellas son de origen europeo, pero por aquí adquirieron otras formas y apodos tan provocadores como aquel de la guerra entre turcos y austrohúngaros. Que se llamen “cañones”, “bombas”, “vigilantes”, “bolas de fraile”, “suspiro de monja” o “sacramentos” es responsabilidad anarquista, para escarnio respectivo de militares, policías y miembros de la Iglesia. No hay pruebas, pero para el investigador Christian Ferrer, tampoco dudas: “el vínculo entre palabra y comida parece haber sido suturado con hilo de coser ideológico”, afirma. En efecto, en la Regional Argentina, “el sindicato de panaderos fue conducido por dirigentes anarquistas durante varias décadas”, refuerza Ferrer. Prácticamente hasta los años 30.
El trigo fue introducido al continente que conocemos como América a partir de las invasiones españolas. Pero su adopción por parte de los pueblos indígenas es tan antigua, que el muday mapuche, componente central de las ceremonias al menos en Puelmapu, acostumbra a hacerse con una variante del trigo. Se trata de una bebida que fermentada alcanza una pequeña graduación alcohólica, pero más allá de beberse en ocasiones puntuales, buena parte del muday que se hace suele terminar derramado sobre el rewe o sus cercanías, como gesto de reciprocidad hacia el Mapu y sus newen.
Ajeno a toda consideración histórica o ritual, el gobierno de Alberto Fernández aprobó hace casi un año, el cultivo y acopio de trigo transgénico HB4, que desarrolló la empresa Bioceres en sociedad con la trasnacional francesa Florimond Desprez. Si bien todavía no se aprobó su comercialización, la Agencia de Noticias Tierra Viva informó en agosto último que en 2020 se sembraron seis mil hectáreas de trigo genéticamente modificado y se cosecharon 17 mil toneladas. En 2021 se volvió a sembrar en las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, La Pampa y Santiago del Estero.
En llamativa contradicción con el concepto de soberanía alimentaria que la gestión derrotada en las PASO esgrimió durante el affaire que envolvió al conglomerado Vicentín, la comercialización del trigo transgénico depende del gobierno brasileño. En su última reunión, la Comisión Técnica Nacional de Bioseguridad de ese país no trató la solicitud de Bioceres, a la espera de más información. Si Brasil aprueba transacciones comerciales de trigo transgénico, otro tanto sucederá en la Argentina.
Su introducción es un desastre, porque es imposible que no contamine al resto del trigo. Ya se pronunciaron especialistas del ámbito científico, organizaciones sociales e inclusive, la Federación de Centros y Entidades Gremiales de Acopiadores de Cereales. También se presentaron demandas en juzgados federales y provinciales.
El tema es de incumbencia de todos y todas. ¿Vamos a dejar que se metan con el pan? ¿El muday de los llellipun mapuche será transgénico? ¿Comenzaremos a deglutir con cierto asco las “facturas” que todavía hoy llevan la marca registrada de aquellos panaderos anarquistas? Una de las piedras angulares del pensamiento ácrata fue aporte del ruso Piotr Kropotkin y se llamó precisamente, “La conquista del pan”. Aquellos y aquellas, que cada 7 de agosto piden a San Cayetano “paz, pan y trabajo”, ¿deberán aclarar que transgénico mejor no? Sabemos que, en materia de organismos genéticamente modificados, no hay grieta en la Argentina. La pelota está de nuestro lado, cofrades. O, mejor dicho, el pan en nuestros hornos. Todavía.
Por | Adrián Moyano| Foto D.P.