COLUMNA|
¿Qué puede decir un periodista que vive del lado argentino sobre el Premio Nacional de Literatura que hace casi una semana, Chile concedió a Elicura Chihuailaf? En primera instancia, poner en palabras algunas intimidades.
Las postulaciones de quien sería finalmente el ganador y de Leonel Lienlaf generaron en esta casa del barrio Alto Jardín Botánico, una interna conyugal. Mi compañera, la cantora Mapuche Anahí Rayen Mariluan, respaldó firmemente la candidatura de Chihuailaf, a quien conoció personalmente en 2017, cuando el poeta vino a desarrollar actividades en Villa La Angostura y Bariloche.
No sólo con el ánimo sino también con la acción, ya que Anahí cantó en una de las actividades virtuales que se organizaron para respaldar al oralitor, que organizara la música Natalia Contesse. Por mi parte, puse la firma para hacer explícito mi apoyo a Leonel, pero no por cuestiones estrictamente literarias, sino más bien de tribu.
En 1998, después de pasar 20 días en una comunidad cercana a Karawe, compré en una librería de Temuco un disco con sus poemas. Juraría que en más de un ocasión, en alguno de nuestros programas vespertinos, sonó la voz del poeta leyendo o cantando sus poemas. Fragmentos de uno de esos poemas, el que habla de Lautaro cabalgando por los campos, fue epígrafe en mi primer libro: “Crónicas de la resistencia mapuche”. Muchos años más tarde, me invitaron a presentar en un Congreso de Lenguas Indígenas que se hizo en Bariloche, a Javier Milanca y David Añiñir Güilitraro. Por entonces, no conocía la obra del primero y me deslumbró. Javier no es poeta, más bien incursiona en la narrativa y sus pichi epew son auténticos monumentos, parafraseando precisamente, a Elicura.
Desde entonces, quedamos relacionados y volví a presentarlo acá tres años atrás, cuando más Chile que la Argentina celebraron el abrazo de los Andes entre San Martín y O’Higgins, después de la batalla de Maipú. Antes aún, conocí al propio Leonel, que vine a presentar “Kongen” a La Llave, con introducción de mi querida amiga, Vanesa Gallardo Llancaqueo.
Esa noche terminamos en la Ruka Mapuche Furilofche con tres titanes de las letras mapuche: Lienlaf, Milanca y Añiñir. Cuando David me pidió que firmara por la candidatura de Leonel, no dudé ni una fracción de segundo. No por cuestiones estrictamente literarias, sino más bien de tribu. O como decíamos antes, de cofradía.
Otras intimidades que quiero contar: el proceso previo a la premiación se dio mientras leía “La invención de Irlanda”, un libro de Declan Kiberd. Estoy en eso todavía, son 755 páginas. Ya sé que habrá diferencias que deben ser abismales, pero son asombrosas las coincidencias entre el proceso que vivió el pueblo irlandés antes de sacarse de encima el yugo inglés, y el que atraviesa el pueblo mapuche en la Argentina pero sobre todo en Chile, para sacudirse la dominación colonialista.
Tan importante fue la tarea de los poetas y dramaturgos en la reconstrucción de las identidades irlandesas que la Insurrección de 1916, fue denominada peyorativamente por los ingleses la Revolución de los Poetas. El proceso decantó años después en la Independencia, en una guerra civil y en la institucionalización de un Estado más o menos estándar que desencantó a varios de esos poetas, entre ellos, William Butler Yeats. Esperemos que en el caso Mapuche, las ilusiones no se frustren.
Una última coincidencia: muchos años atrás, acostumbraba a cubrir un festival de música académica que se desarrollaba en el suntuoso hotel Llao Llao, acá en Bariloche. No recuerdo a título de qué, pero una noche el presentador, un hombre muy erudito, señaló que a diferencia de las demás banderas europeas, en las que abundan las águilas, los castillos, las cruces o los dragones, la irlandesa tiene una lira en su centro. Un instrumento musical… Ya sé que el cultrún es bastante más que un parche para percutir, pero concedamos que además de contener una representación del universo, ¡también es instrumento musical! Bien por Elicura, bien por Yeats y ¡vamos Lionel! ¡Por más revoluciones y más poetas!
Por: Adrián Moyano.
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