Eastwood: de “Harry el sucio” a “Cry Macho”
Si pudiera separarse a “Cry Macho” de la trayectoria de su autor, la crítica sería despiadada o peor aún, indiferente. En efecto, la película más reciente de Clint Eastwood hace agua por todas las bandas: salvo el protagonista -personificado por él mismo- el resto de actrices y actores no consigue convencer con sus trabajos. Quizá pueda decirse en su defensa, que el guion no parece demasiado feliz, aunque se trata del único desempeño que el viejo actor y director delegó en otra gente. Incluso es el productor ejecutivo de “Cry Macho”, es decir, pateó el córner y fue a cabecear al centro en el área, si se me permite jerga futbolera.
Pero la película invita a ver más allá de aspectos meramente cinematográficos. Eastwood cuenta ya con 91 años, entonces, es más que probable que la concibiera como su última andanza, tanto detrás como delante de la cámara. Quienes estamos al borde de los 60 pirulos, quizá nos topáramos por primera vez con su estampa de hombre duro en una de cowboys, hace muchos años, pero el que firma no puede dejar de recordar el impacto que tuvo en los 70 la saga de “Harry el sucio”. Más allá de su trama violenta, aquel era un policía que hacía honor a su nombre y para decirlo con suavidad, utilizaba métodos no del todo convencionales para lograr su cometido. No es para nada casualidad que su éxito en las taquillas argentinas coincidiera a grandes rasgos con la Triple A primero y con la represión ilegal que puso en práctica la última dictadura, es decir, con el Terrorismo de Estado. Si el cowboy Eastwood podía apartarse de la ley, por qué no los grupos de tareas que decían combatir a la subversión apátrida…
En cuanto a su labor como director, el que firma recién paró la oreja ante un hecho muy inusual y tal vez único en la historia de la cinematografía estadounidense: en “Cartas desde Iwo Jima”, Eastwood se puso del lado japonés en una de las batallas más emblemáticas de la Segunda Guerra Mundial. Si bien no deja de ser “una de guerra”, hizo aquello que decenas o quizá centenares de películas hollywoodenses habían obviado: consideraron la humanidad de los soldados japoneses. Su arriesgada visión se complementó con “Flags of our fathers”, contrapartida que se detiene en la vida de aquellos marines que, según nos habían contado en otra multitud de películas y libros, habían levantado la enseña de las barras y las estrellas en las alturas de la desolada isla del Pacífico. En particular, recuerdo las desventuras de un nativo americano, que después del fulgor de la fama, cae en la depresión y el alcoholismo.
Muchos años después, gracias a un tema que compuso Peter La Farge, supe que se trataba de Ira Hayes, integrante del pueblo pima, una de las primeras naciones de Arizona. El tema de La Farge se tituló “La balada de Ira Hayes” y no le creas a Wikipedia: no fue Pete Seeger su autor. Según se dice, fue el primer tema del folk estadounidense que abordó temática indígena en llegar a la radio. Hay versiones de Johny Cash y del mismísimo Bob Dylan, pero cierto que la columna hablaba del viejo Eastwood…
Como director, había comenzado a cuestionar la imagen que durante tanto tiempo había proyectado, con “Gran Torino”. En su trama, un estadounidense estereotipado, maduro y gruñón, ve trastornada su rígida cotidianeidad al instalarse en la casa de al lado, una familia inmigrante de origen hmong, una etnia oriental. Veterano de la Guerra de Corea, el personaje de Eastwood sorprende a unos de sus jóvenes vecinos mientras intentaba robarle su preciado auto. El muchachito trataba de hacerse del vehículo para congraciarse con la patota juvenil que asolaba el barrio. Lejos de reaccionar como era previsible, el viejo Walt no sólo comienza a ayudar al ladronzuelo, hace otro tanto con su hermana, todavía adolescente.
Las tres que mencioné fueron grandes películas, aunque su director conoció el Oscar gracias a otros títulos. En cambio, “Cry Macho” patina por todos lados, aunque vale por sus convicciones. El tipo al que todas y todos recordaremos como un cowboy cuando se muera, se dio el lujo de poner en boca de su personaje que no tiene nada de atractivo dejarse embestir por toros y derribar por caballos. También proclama que no tiene nada de varonil tragarse lágrimas y morfarse las emociones. Y no puede pasarse por alto que buena parte del elenco involucre a mexicanos y mexicanas, gente todavía estigmatizada en su país. Así es, cofrades. No muchos repararán en “Cry Macho” cuando se escriba la historia cinematográfica de Clint Eastwood. Quizá sólo la tengan en cuenta aquellos y aquellas que valoren la deconstrucción personal como otra manera de dar pelea. Tal vez, la forma más importante de darla.
Por | Adrián Moyano| Foto D.P.