Para convertirse en leyenda, primero hay que hacer historia
Aunque sepamos poco y nada de historia griega, es muy probable que alguna vez nos hayamos cruzado con narraciones sobre la Batalla de las Termópilas. En mi caso, supongo que la primera fue cuando en los “Sábados de Súper Acción” de la televisión de Buenos Aires, proyectaban “El León de Esparta”, una película estadounidense de 1962. Más recientemente, hubo otra versión más espectacular que se tituló simplemente “300”, se estrenó en 2007 y tuvo gran repercusión porque además de recrear el acontecimiento, se valió de tecnologías que, por entonces, eran nuevas para la industria del cine.
Más allá de las reconstrucciones fílmicas, el hecho existió y tuvo lugar hace muchísimo tiempo: año 480 antes de Cristo. A grandes rasgos, la versión que llegó hasta nuestros días, afirma que un enorme ejército persa se dirigió hacia las geografías griegas de la actualidad, al mando del emperador Jerjes. La movilización tomó a los griegos un tanto por sorpresa y, además, Grecia estaba lejos de ser una nación que se organizaba al estilo de los Estados modernos, más bien era una confederación de ciudades, cada una con sus formas de autogobierno. La respuesta militar demoró en efectivizarse y en ese contexto, fue que nació la leyenda.
Para dar tiempo al resto de las fuerzas griegas a reunirse, el rey espartano Leónidas, aceptó la idea de bloquear el cruce de los persas en el Desfiladero de las Termópilas, un sitio donde precisamente, el paso se estrechaba considerablemente. Junto con 300 de los suyos, guerreros especializadísimos, se apostó y aguardó la llegada de los invasores. Fuentes históricas contemporáneas aseguran que la oposición griega se nutrió de muchos guerreros más, pero estas palabras no tienen como objeto esclarecer circunstancias, sino destacar una actitud.
Según Heródoto -considerado Padre de la Historia en Occidente- las tropas agresoras se conformaban con dos millones y medio de efectivos. Otras fuentes hablan de cuatro millones y unas más, de 800 mil. Investigadores del presente ponen en duda tamaña magnitud, pero como sea, es el gesto legendario de Leónidas el que debería conmovernos. Otra vez Heródoto, afirma que uno de los soldados bajo su mando quiso amedrentar al jefe guerrero e insinuar una pronta retirada. Dijo que los arqueros persas eran tantos, que cuando disparaban, sus flechas, se oscurecía el Sol. Lejos de amilanarse, Leónidas respondió, palabras más, palabras menos: “Mejor, lucharemos a la sombra”.
Quizá no haga falta irse tan atrás y tan lejos para traer hasta el presente ejemplos de desafío en situaciones de inferioridad o momentánea derrota. En la historia de Galvarino también se confunden narración y leyenda, pero a su actitud la documentaron varios cronistas españoles, no sólo la memoria oral mapuche. El peñi cayó prisionero en la batalla de Lagunillas y aquellos que traían la salvación para los salvajes, cortaron una de sus manos para aleccionar al resto de los weichafe. El mutilado ofreció la otra para que entendieran que seguiría combatiendo y aún después, puso a disposición del verdugo su cabeza. Entre burlas, los soldados de su majestad católica dejaron que se fuera. ¡Cuál no sería su sorpresa al observar que Galvarino retornó al combate y entre los suyos, arengaba a los demás guerreros!
Un ejemplo más, ya que estamos en la semana del 18 (de septiembre) en Chile. En marzo de 1818, el ejército al mando de San Martín sufrió una humillante derrota en Cancha Rayada. En Santiago, poco se sabía sobre la suerte corrida e inclusive, no sólo se especulaba con la muerte del correntino sino también con la de Bernardo O’Higgins. No faltaron quienes pensaron en mandarse a mudar e inclusive, pasarse de bando. En otro caso en el cual se mezclan la leyenda y la historia, dícese que el precisamente legendario Manuel Rodríguez, cabalgó por las calles de la ciudad al grito de “aún tenemos patria, ¡ciudadanos!” Por entonces, patria significaba revolución, no fascismo. Y proclamarse ciudadanos o ciudadanas, subversión ante la condición de súbditos de un rey.
Puede haber matices, pero creemos que nadie, ni en el equipo ni en la audiencia de “Sed y resistencia”, debió alegrarse ante el triunfo electoral de la derecha neoliberal en las elecciones argentinas del domingo último. Cada una o uno sabrá de qué manera alimentar el fuego que ardió en Leónidas, Galvarino o Manuel Rodríguez. Los griegos finalmente echaron a los persas de su territorio, los mapuche equipararon la cuenta en 1598 y los maturrangos se batieron en retirada, poco días después de Cancha Rayada. ¿Cómo desfallecer por tan poca cosa como unas primarias de resultado desalentador? Mientras la ternura y la imaginación, estén de nuestro lado, no hay nada que temer. ¡Hagamos historia, seamos leyenda!
Por | Adrián Moyano| Foto D.P.