¿A qué “indios” consideraba San Martín “nuestros paisanos”?

El cruce de los Andes y la consecuente liberación de Chile y Perú, estuvieron precedidos por negociaciones y acuerdos con los longkos mapuche de la zona que permitieron el paso a las tropas nacionales y la custodia de la cordillera. Voluminosa cantidad de documentación así lo prueba. Es el San Martín que no le conviene rememorar a los intereses del capitalismo desaforado del siglo XXI.

La fechó el 27 de julio de 1819, cuando la monarquía se aprestaba a contraatacar para restablecer la colonia en el continente y el frente interno complicaba sus planes. En esa coyuntura difícil, San Martín templó los ánimos con su más célebre proclama: “Ya no queda duda de que una fuerte expedición española viene a atacarnos, sin duda alguna los gallegos creen que estamos cansados de pelear y que nuestros sables y bayonetas ya no cortan ni ensartan; vamos a desengañarlos. La guerra se la tenemos que hacer del modo que podamos. Si no tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos ha de faltar; cuando se acaben los vestuarios, nos vestiremos con las bayetitas que nos trabajan nuestras mujeres y si no, andaremos en pelota como nuestros paisanos los indios. Seamos libres y lo demás no importa nada. Yo y vuestros oficiales os daremos el ejemplo en las privaciones y el trabajo. La muerte es mejor que ser esclavos de los maturrangos. Compañeros, juremos no dejar las armas de la mano hasta ver el país enteramente libre, o morir con ellas como hombres de coraje”. Estaba dirigida a los soldados del Ejército de los Andes.

¿A qué “indios” se refería el vencedor de Maipú? ¿Por qué los consideraba sus “paisanos”? De cinco años antes data el acuse de recibo que Francisco Inalikang le enviara desde San Rafael (Mendoza), cuando era gobernador de Cuyo. Según se infiere de la respuesta del fraile, el escrito inicial informaba sobre “los desgraciados sucesos de Chile” y a propósito, proponía “solidar nuestra amistad con nuestros paisanos los pehuenches, haciéndoles un parlamento por medio del señor comandante de frontera”. De acuerdo con la propuesta, Inalikang informaba que el 20 de octubre de 1814 saldría para poner en marcha esos designios. Existen como mínimo, 10 intercambios epistolares entre uno y otro. Se interrumpieron cuando San Martín marchó para enfrentar a los realistas y quedó a cargo del gobierno cuyano Toribio Luzuriaga.

¿Quién fue Francisco Inalikang? El historiador Jorge Pavez Ojeda reconstruyó su tarea como secretario de los longko pewenche, mediador político y judicial. Su padre fue longko en la zona de Bajo Imperial, en el Ngulumapu, y aliado de Ambrosio O’Higgins, es decir, el papá de Bernardo. Como resultado de los acuerdos que estaban en vigencia, a sus 10 años ingresó al Colegio de Naturales de Chillán (Chile) y en 1795 se ordenó sacerdote. Fue el primer cura mapuche y como párroco en San Rafael, desempeño una “gran diversidad de funciones entre los pewenche de la provincia de Cuyo”, nos dice Pavez Ojeda. Entre ellas, ofició como intérprete en el parlamento que se llevó a cabo entre las autoridades coloniales mendocinas y los longko pewenche en 1805. Continuó desempeñando esa función en los de 1814 y 1816, cuando en la capital cuyana se concentraba la energía de la revolución antimonárquica.

Resistir

Inalikang cumplió con la misión e informó sobre sus resultados el 29 de octubre de 1814. El trawün se había desarrollado seis días antes, con la participación de 15 longko y otras siete autoridades que los wingka consideraban capitanejos. El patiru (manera mapuche de llamar a los sacerdotes) consignó sus identidades: Neycuñam; Millatrin; Carripil; Lignancu; Paillayan; Calbical; Cathituen; Mañqueliu; Huirriñancu; otro Huirriñancu; Neyulem; Antiñan; Lincoñam; Caniuman y Llamiñancu. En el segundo grupo, Lemunilla; Antical; Lebianty; Reyñamcu; Huemical; Llamcan y Millatur (*).

Por ese primer entendimiento, los pewenche acordaron custodiar los pasos cordilleranos y resistir “a los enemigos si se atreviesen a intentar pasar a este lado de sus Cordilleras”. Si sus fuerzas resultasen insuficientes, debían avisar inmediatamente a la comandancia fronteriza. La vigilancia sobre el Paso del Planchón fue efectiva, ya que, a fines de noviembre, el longko Pañichiñe -quien aparentemente no había participado del trawün- informaba sobre el cruce de nueve hombres, que iban en dirección a Mendoza. Nada sucedía en la cordillera sin que los pewenche supieran.

Por esa vía cruzaría para hostigar al enemigo la columna al mando de Ramón Freire en enero de 1817, cuando el Ejército de los Andes se movió para coronar el cruce de los Andes con la victoria de Chacabuco. El Planchón une en el presente Malargüe (Argentina) con Curicó (Chile) y para San Martín, era obvio que formaba parte de territorio de sus “paisanos”.

El 10 de septiembre de 1816, dos años después de la primera tratativa, el futuro libertador escribió de manera reservada al gobierno de Buenos Aires: “He creído del mayor interés tener un parlamento general con los indios pehuenches, con doble objeto, primero, el que si se verifica la expedición a Chile, me permitan el paso por sus tierras (**); y segundo, el que auxilien al ejército con ganados, caballadas y demás que esté a sus alcances, a los precios o cambios que se estipularán”. La misiva explicaba además que ya estaban en el fuerte San Carlos “el gobernador Necuñan y demás caciques”, es decir, el mismo nizol longko (lonco principal) que había liderado el entendimiento de 1814.

Esta carta fue reproducida varias veces, nosotros la tomamos de la contribución que Carlos Martínez Sarasola tituló “La Argentina de los caciques. O el país que no fue”.

Años después de los sucesos y a instancias del general William Miller, San Martín describió a sus interlocutores, de su puño y letra: “El día señalado para el Parlamento a las ocho de la mañana empezaron a entrar en la Explanada que está en frente del Fuerte cada cacique por separado con sus hombres de Guerra, y las mujeres y niños a Retaguardia: los primeros con el pelo suelto, desnudos de medio cuerpo arriba, y pintados hombres y Caballos de diferentes colores, es decir, en el estado en que se ponen para pelear con sus Enemigos”.

La súplica

Hombre de armas al fin, el jefe del Ejército de los Andes se dejó maravillar por otra característica: “Al llegar a la explanada las mujeres y los niños se separan a un lado y empiezan a escaramucear al gran galope; y otros a hacer bailar sus Caballos de un modo sorprendente: en este intermedio el Fuerte tiraba cada 6 minutos un tiro de Cañón, lo que celebraban golpeándose la boca, y dando espantosos gritos; un cuarto de hora duraba esta especie de torneo, y retirándose donde se hallaban sus mujeres, se mantenían formados, volviéndose a comenzar la misma maniobra que la anterior por otra nueva tribu”. Es que Necuñan sería el principal, pero cada longko con su gente, se gobernaban a sí mismos.

Fue precisamente Inalikang, “de nación Araucano” según San Martín, quien se ocupó de la arenga inicial para “suplicarles permitiesen el paso del Ejército Patriota por su Territorio, a fin de ir a atacar a los Españoles de Chile, extranjeros a la Tierra, y cuyas miras eran de echarlos de su País, y robarles sus Caballadas, Mujeres e Hijos, etc.”. Salvo tres de los longko presentes, el conjunto aceptó la propuesta.

El segundo parlamento entre los pewenche y San Martín se llevó a cabo en el célebre Plumerillo, no mucho tiempo después. Fue en esa oportunidad que pronunció la frase reveladora: “Los he convocado para hacerles saber que los españoles van a pasar del Chile con su Ejército para matar a todos los indios y robarles sus mujeres e hijos. En vista de ello y como yo también soy indio voy a acabar con los godos que les han robado a Uds. las tierras de sus antepasados, y para ello pasaré los Andes con mi ejército y esos cañones”. Escuchó y anotó la expresión Manuel Olazábal, quien las incluyó en sus memorias.

Cuando el inminente expedicionario al Perú dio a conocer su proclama de 1819, no hablaba de abstracciones. Para sus subordinados, algunos de los cuales guerreaban con él desde 1813, los “paisanos” que andaban “en pelota” eran los pewenche, pero también el resto de los mapuche que se habían sumado a la causa de la patria, porque en Chile, las cosas lejos estuvieron de resolverse después de Maipú. Los partidarios de la causa realista siguieron combatiendo en el sur y si bien grandes longko permanecieron de su lado al honrar acuerdos preexistentes, los célebres Juan Kolüpi y Venancio Koñwepang engrosaron los ejércitos patriotas con sus weichafe. Inclusive Kalfükura y su hermano Namünkura fueron lanceros de la Patria, como atestiguó Ángel Pacheco, granadero de San Martín y luego, jefe principal en la expedición que lideró Rosas en 1833.

En nuestros días, la comunidad Pichiñan defiende espacio territorial en cercanía de Paso de Indios (Chubut). En una carta que dirigió en 1948 a Juan Domingo Perón, Juan de Dios Pichiñan mencionó que su abuelo Domingo, había combatido en Cancha Rayada, también del lado patriota. Al momento de dirigirse al presidente, Juan de Dios contaba con 82 años (***).

Cancha Rayada fue la única derrota que cosechó San Martín en Chile, y tuvo lugar el 19 de marzo de 1818. Poco más de un año después, invitó a emular a “nuestros paisanos los indios”.

En agosto de cada año, suelen imbuirse gobernantes, opositores, periodistas y otros formadores de opinión, docentes y hasta campañas de marketing, del espíritu que consideran sanmartiniano. 202 años después de aquella proclama que todavía emociona, ninguna comunidad mapuche tiene a salvo su territorio de aspiraciones petroleras, megamineras, hidroeléctricas, forestales, ganaderas, turísticas o meramente inmobiliarias. Al igual que los godos de antaño, insisten en robarles territorio, aunque de San Martín fueran paisanos.

Por| Adrián Moyano | En estos Días| Ilustración D.P.