Pronunciar y silbar Patricio Manns al este de la cordillera

Ya conté en otra columna que 24 años atrás, más o menos, cometí el error de poner una disquería a unos pasos del centro de Bariloche. No contento con el dislate, en algún momento sumé libros, para ver si prosperaba el negocio. También mencioné el rotundo fracaso comercial de mi emprendimiento porque para manejar un comercio, no alcanza con saber algo de música y otro tanto de literatura, hay que conocer de números y de esa faceta central, yo no cazaba un fulbo. Pero no todas fueron pálidas. Un buen día, ya no recuerdo cómo, apareció en el stock de libros “El corazón a contraluz”.

Como no entraba mucha gente al local, tenía tiempo de leer y así fue como me sumergí en sus páginas. Por mi parte, todavía no había publicado ningún libro pero ya tenía la intención y no pude menos que sentir una profunda envidia. El primer capítulo de la novela es una obra de arte en sí misma, lo leí dos veces antes de lanzarme a devorar el resto de la trama. ¡No se puede escribir así!, pensaba, con atónita admiración y deslumbramiento. Creo que ese fue mi primer contacto con la tarea literaria de Patricio Manns. Felizmente, compró el único ejemplar que había llegado una gran amiga, muy conocedora de cultura chilena, y no tuve el menor empacho en pedírselo prestado, una vez que ella lo finalizó. Por entonces, no sabía nada de historia de Tierra del Fuego y con “El corazón a contraluz”, Manns consiguió como novelista aquello que los historiadores rara vez logran: que la gente se interesa por un pasado trágico, duro, que poco tiene de enaltecedor. Su protagonista es Julio Popper, un personaje tan nefasto como enigmático y una mujer que cumplía entre los selk´nam el mismo rol que una machi entre los mapuche… No añado nada más por si te da por leerlo porque ahora que su autor se fue, seguro se reeditan sus trabajos, inclusive en la Argentina. Pero un recuerdo más: fascinado como estaba con ese primer capítulo, una vez lo leí en voz alta en una playa de Las Grutas. Tan absorto que el Golfo de San Matías se convirtió en el canal de Beagle y el viento que venía de la estepa rionegrina llegaba en realidad de las montañas fueguinas. Cuando llegué al final, levanté la mirada y todos los que estaban cerca habían prestados atención, inclusive gente desconocida. La magia de Manns se había escapado de las páginas.
No me pasó lo mismo con “El lento silbido de los sables”, novela más reciente. Como transcurre en la Araucanía en la época final de la ocupación, quizá no me sorprendió porque a fin de cuentas, algo conozco del tema y además, me pareció que el autor que ya empezamos a extrañar, echó mano a recursos que a esa altura de su trayectoria, podían considerarse clichés. Pero bueno, la intensidad de los destellos no puede ser uniforme para siempre.
Del lado de la música, la primera versión rock con la que Manns entró en la banda sonora de nuestras vidas, corrió por cuenta de Miserables. Está en “Cambian los payasos pero el circo sigue”, un disco de 1995 o 1996, se llama “Llegó volando” y a pesar de los años, tiene tanta pero tanta vigencia que espeluzna. Y Manns lo hizo de nuevo: ¿cuántos y cuántas fuimos de este lado de la cordillera, los que quisimos averiguar quién fue Manuel Rodríguez después de escuchar “El cautivo de Til Til? A les amigues puertomontinos hay que aclararles que ni en la Primaria, ni en la Secundaria ni en la universidad, escuchamos jamás nada de aquel que después de Cancha Rayada, bramó “¡aún hay patria, ciudadanos!” Apenas si nos contaron de O’Higgins como segundo de San Martín y nada que pudiera eclipsar a la figura del libertador. Nadie nos contó del “húsar de la muerte” y recién paramos la oreja, ya grandecitos, cuando nos preguntamos por qué el Frente Patriótico había elegido su nombre para identificarse. Y hasta resulta que había una canción…

El que firma venía silbando una vez “El cautivo de Til Til” por las calles de Comodoro Rivadavia y su amigo, el poeta Jorge Spíndola, le dijo: “escuchá Arriba en la cordillera, es la historia de mi abuelo”. Una pluma de fuego reverencia a otra incandescente: “Que sabes de cordilleras / si tu naciste tan lejos hay que conocer la piedra / que corona al ventisquero. / Hay que recorrer callado / los atajos del silencio”. Así eran la escritura y la música de Patricio Manns, certeros como directos a la mandíbula: deslumbrantes “como el rayo de la libertad”.  

Por | Adrián Moyano| Foto D.P.