Entre Puerto Montt y Bariloche, por el camino de los antiguos

COLUMNA|

Se aproximaba el momento de pensar alguna temática para esta columna y más que pánico ante la hoja en blanco, el columnista lucía tan falto de ideas como las autoridades sanitarias de nuestros países a la hora de circunscribir el Covid19. Fue entonces que a través del conductor, supo que a partir del quinto capítulo, “Sed y resistencia” ganará el aire de Bariloche a través de FM Los Coihues, radio que funciona en el barrio del mismo nombre. Entonces, se hizo la claridad.

Amigues puertomontinos: por aquí conocemos como Villa Los Coihues a un particular suburbio que se alza a 12 kilómetros del centro, a orillas de un lago de fisonomía tan preciosa como falso su nombre. El Gutiérrez se llamaba Karülafken hasta fines del siglo XIX, cuando pasó por allí Francisco Moreno, un saqueador de tumbas indígenas que todavía es héroe para la ideología del Estado. El pretendido explorador no sólo presumía de sabio al medir los cráneos de sus anfitriones mapuches o tehuelches, además tenía particular predilección por imponer nuevos nombres a lagos, ríos o montañas que encontraba a su paso, como gesto de genuflexión hacia sus sponsors. Karülafken significa Lago Verde y basta con retozar en sus orillas un atardecer de otoño para comprobar qué tan acertada era su denominación. Sobre todo su margen oeste y cabecera norte se relacionan íntimamente con la historia de Puerto Montt o mejor dicho, con la antigua Melipulli.

Desde que los españoles pusieron sus plantas en Chiloé, a mediados del siglo XVI, buscaron caminos que les permitieran cruzar la cordillera para llevar a buen término sus malocas, es decir, sus expediciones esclavistas. En 1620 llegó a estas playas una de esas excursiones, aunque por el viejo Camino de las Lagunas, es decir, el Pérez Rosales de la actualidad. El cronista anotó que en el lago Nahuel Huapi vivían unos “indios puelches”, que evidentemente, se expresaban en mapuzungun. A comienzos del siglo siguiente, el cura Guillelmo escuchó en Castro el testimonio de un viejo soldado, quien dijo conocer una senda que permitía llegar al lago por vía terrestre, sin tener que alternar tramos fluviales y lacustres. Quedó en la historia como El Camino de Vuriloche y siempre fue intención de los loncos puelches de este territorio, que sus secretos permanecieron en las penumbras de los bosques, las nieblas matutinas y las lluvias sempiternas. Guillelmo consiguió redescubrirlo con la ayuda de la corona y fue posible que soldados españoles se internaran en Ralun –extremo noreste del Seno del Reloncaví- y acamparan en la margen sur del Nahuel Huapi en tres días. Así le fue al sacerdote: según los historiadores de su orden murió envenenado y a los pocos días de que el camino quedara franqueado, la misión jesuita que aquí funcionaba fue atacada por un malón puelche-pehuenche que terminó con la presencia imperial.  Aquellos loncos no podían permitir que quedara expedito el camino hacia Chiloé porque no tenían ninguna intención de quedar expuestos a las ambiciones conquistadores. Incendiaron la misión y el bosque hizo su trabajo: el Camino de Vuriloche volvió a cerrarse. Cuando 85 años después, otra expedición española quiso llegar al Nahuel Huapi, no pudo hacerlo por vía exclusivamente terrestre y tuvo que ensayar el viejo y trabajoso Camino de Las Lagunas.

El Camino de Vuriloche recién se redescubrió en 1903, cuando Chile y la Argentina discutían por dónde debía pasar el límite de los territorios que recientemente habían conquistado a mapuches, tehuelches, selk’nam y otros pueblos. Los estudiosos establecieron que después de iniciarse en Ralún, el camino franqueaba el cerro Tronador por el sur hasta dar con la parte occidental del lago Mascardi y seguir hacia el norte por el lago Gutiérrez, para terminar en inmediaciones de donde hoy, se levanta Villa Los Coihues. Estas palabras se irradian por primera vez no muy lejos de Calbuco, desde donde partían los intrigados españoles que buscaban el Camino de Vuriloche. Y en segundo término se escuchan donde la senda llegaba a su fin. Caminos antiguos son los que seguimos, con la misma “Sed y resistencia” de aquellos que supieron custodiar sus secretos para estirar su libertad.

Por: Adrián Moyano.

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