Hay una pregunta un tanto incómoda que ronda la cabeza de este columnista hace unas semanas… Si está clara la relación que existe entre el avance global de la derecha y el carácter mierdoso de los grandes medios de comunicación, ¿es posible establecer un vínculo entre los gustos musicales contemporáneos también masivos y el surgimiento de nuevos tipos sociales, como el así llamado facho pobre? Inquietante, ¿no?
La duda comenzó a rondarme a fines de 2019, cuando leí la excelente columna que Bernardo Dimán Menéndez publicara en el diario de Buenos Aires Página/12, al cumplirse los 50 años de “Let it bleed”, octavo disco de los Rolling Stones. Por las dudas, aclaremos que ni en nuestras experiencias radiales anteriores ni en “Sed y resistencia”, acostumbramos a reproducir su música. La fotografía que sus integrantes se sacaron con un ex presidente recientemente fallecido al tocar por primera vez en la Argentina, todavía revuelve el estómago, pero hablemos de historia y significaciones sociales, de entonces, y presentes.
El disco salió en 1969 y según Dimán Menéndez, “es un viaje de ida hacia el fin de la inocencia de los años 60 y define el arribo definitivo de la generación hippie al caos y la conmoción que signaron los 70”. Medio siglo más tarde, su legado consiste “en la capacidad y el talento de los Stones para captar y traducir en canciones algunas experiencias colectivas que cambiaron para siempre los hábitos y las costumbres de toda la sociedad, al mismo tiempo que reposicionaban la música como una expresión artística que denuncia las injusticias del mundo y que despierta y hace evolucionar el imaginario social de la juventud”.
Por entonces, Jagger, Richards y compañía ya eran millonarios pero “pregonaban en sus canciones las vivencias universales como leitmotiv de su arte, antes que los bienes materiales”, siempre según Dimán Menéndez. Esa centralidad hizo que primero, prestara oídos la clase trabajadora blanca y luego, la negra porque, además, los Stones no sólo reconocían la influencia de muchos músicos afroamericanos, además la incorporaban en sus canciones, sobre todo desde “Satisfaction” en adelante.
“Los británicos notaron como la expansión de la conciencia y la libertad” que había presagiado Timothy Leary con su prédica en favor del LSD, “no tuvo en cuenta que el poder del Sistema lo seguían manejando las mismas personas y empresas desde la Segunda Guerra”, añade Dimán Menéndez. Al mismo tiempo, “la lucha política y los cambios de paradigma que habían explotado con el Mayo Francés comenzaban a tambalear”. Uno de los temas que expresa ese desencanto es “Gimme shelter”.
Con los 60, muchos sueños terminaron y los Stones, “sin perder la vara entre lo que diferencia a un artista comercial de uno contracultural, retrataron en estas nueve canciones el fin de una época que los adoptó como emblemas mundiales de la cultura joven. Ellos podían ser millonarios, ricos y exitosos, pero su compromiso con su música y su manera de transitar la vida a través de ella no era negociable. No había artificio sino convicción en la búsqueda del arte como herramienta superadora, sin necesidad de que la industria de la música los aprobara”.
Medio siglo después, “las experiencias colectivas actuales se construyen de manera individual y de forma virtual, a diferencia de hippies, punks y otros movimientos juveniles anteriores que tenían una visible presencia en los espacios públicos”, observa Dimán Menéndez. “Hoy esa falta de conexión con la realidad, que en parte pareciera llevarlos a tener menor compromiso social y apuntar solo al hedonismo, redunda en la fatiga intelectual y la sobredosis de ego que proponen las multinacionales de la industria de la música”.
Así las cosas, “el trap, como propuesta artística, ha empobrecido profundamente las raíces contraculturales de la juventud ligadas con la música, y pareciera ‘hacerle el juego a la derecha neoliberal’, en el sentido de aceptar y ostentar los beneficios económicos que promete el Sistema”, arriesga nuestro colega. Entre otros rasgos, apunta que la sensualidad, la fantasía, el imaginario y la furia contracultural fueron sustituidos por una ‘híper-masculinidad’ que pregona la misoginia y la codicia”. Y ejemplifica con algunos artistas que felizmente, no conocemos. ¿Para qué?
Lapidario, Dimán Menéndez sentencia que en el trap comercial “la mayoría de los artistas del género parecen seguir el mismo falso sueño americano de la mansión y los autos importados como respuesta a la marginalidad a la cual los condena el sistema”. En forma simultánea, “la vibra del trap comercial latino, a través de sus letras, su estética y su música, termina siendo oscura porque no propone el encuentro y la solidaridad sino una ostentación a la que ven como algo natural”. Entre esa oscuridad y convertirse en derechoso, la distancia es mínima. Claro que de este lado también hubo claroscuros, pero, aunque vengan degollando: ¡larga vida al rock!
POR| Adrián Moyano.