Vasili Grossman, el escritor que humanizó la guerra
El 22 de junio de 1941, más de tres millones de soldados -entre alemanes y aliados- invadieron la Unión Soviética para iniciar la operación que Hitler llamó Barbarroja. La ofensiva tomó desprevenido al Ejército Rojo, ya que, en 1939, los dos colosos habían firmado un tratado de no agresión. Si bien tamaña movilización no pasó desapercibida para la Inteligencia soviética, se dice que Stalin desoyó las recomendaciones de sus generales, hasta que el rugido de los tanques que pasearon por las aldeas bielorrusas y ucranianas fue demasiado estridente como para hacer oídos sordos ante la realidad. Hace 80 años.
Pero esta columna no se va detener de lleno en historia bélica, sino en la de un hombre que escribió una novela devastadora, al inspirarse en el episodio que determinó la suerte del Frente Oriental y de la Segunda Guerra Mundial toda. En mi juventud, como creo que todo periodista varón, deliraba con ser corresponsal de guerra, pero felizmente, no tuve esa oportunidad. En cambio, cuando vio a su país bajo fuego, Vasili Grossman solicitó escribir para “Estrella Roja”, el diario del Ejército Rojo. En consecuencia, ya en agosto se trasladó al frente ucraniano, donde vivió en carne propia la falta de preparación soviética a la hora de enfrentar a la que, por entonces, era la maquinaria de guerra más sofisticada del planeta. En dos ocasiones estuvo Grossman a punto de caer en manos del enemigo y en las dos, convirtió el escape de los suyos en preciosas crónicas que sus camaradas leían una y otra vez, hasta tornar inservibles los papeles de los diarios. De esos primeros registros surgió su novela “El pueblo es inmortal”, que fue recomendado para un premio, pero Stalin no quiso saber nada. Si bien por entonces el escritor no deslizaba críticas hacia el líder soviético, sus relatos son tan vívidos y humanos, que quizá no fueran convenientes para la concepción estalinista de la guerra.
Al año siguiente, Grossman arribó a Stalingrado y a la vez que escribía crónicas, comenzó a garabatear la que sería su obra cumbre. Se trata de una novela extensísima que está divida en dos volúmenes: “Por una causa justa” el primero, y “Vida y destino”, el segundo. Por los vaivenes cambiarios argentinos y los caprichos de la industria editorial -no había ediciones nacionales de esos libros cuando Grossman se cruzó en mi camino- leí primero, la segunda parte. No creo que nadie haya descripto con tanta exactitud y al mismo tiempo, con tanta belleza, la brutalidad de la guerra: la pequeñez del ser humano frente a los torrentes de fuego, la insignificancia del heroísmo individual ante la magnitud gigantesca de la destrucción, la frágil intimidad de cada combatiente frente a los umbrales siempre extensibles del sufrimiento. No soy de leer muchas novelas, admito ese déficit en mi vida como lector, pero cuando terminé “Vida y destino” lloré desconsoladamente. Ahora que escribo y recuerdo su final, vuelvo a emocionarme.
En junio de 2012, la torpe maniobra de una máquina retroexcavadora interrumpió el suministro de gas en Bariloche por el lapso de tres días. Para les amigues puertomontinos, contemos que la mayoría de las casas en Bariloche están conectadas a la red, de manera que no cuentan con infraestructura para calentarse con leña y no íbamos a comprar calefactores a gas envasado para usarlos sólo un par de días… Mucha gente corrió a comprar calentadores eléctricos y como consecuencia, la sobredemanda dejó a buena parte de la ciudad sin luz. Por esos días, yo leía “Vida y destino”. Recuerdo una noche a la luz de las velas, con temperatura bajo cero y ron en vez de vodka. “Frío hacía en Stalingrado”, me consolé. Y seguí leyendo.
Grossman no sólo era de origen judío, además fue el primer periodista que ingresó al campo de concentración de Treblinka y con su pertinaz máquina de escribir, narró el infierno que se desplegaba frente a sus ojos. Luego de finalizada la guerra, su espíritu debió encontrar incomprensible que el gobierno de su país, también adquiriera sesgo antisemita, pero hay otro dato que parte el alma: Grossman nunca vio a su novela cumbre publicada. La férrea censura estalinista no se ablandó para él, ni siquiera en la época de Kruschev. El corresponsal del Ejército Rojo murió en 1964 y su obra máxima recién se publicó en 1980 en Suiza, gracias al trabajo clandestino de disidentes soviéticos. En su país, recién se pudo leer en 1985. La tragedia que primero documentó y después noveló, comenzó 80 años atrás. Ahora que amaga la nieve en Bariloche y volvió el invierno, cuando miro el termómetro retomo la costumbre de decirme a mí mismo: “frío hacía en Stalingrado”.
POR| Adrián Moyano | Foto operación Barba Roja.