Víctor Jara: el hombre que era quien decía ser

COLUMNA|


Había que animársele a “33 revoluciones por minuto. Historia de la canción protesta”. El libro ofrece un grosor que rivaliza con un bloque cerámico y es de origen español, circunstancia que en la Argentina implica erogar un montón desproporcionado de billetes. Además, algunas editoriales españolas parecen suponer que sus publicaciones sólo se van a leer unas cuantas cuadras a la redonda de su sede, quede ésta en Madrid o Barcelona. En consecuencia, la versión en castellano desborda de tíos, gilipollas, chavales, bolos, rollos y majas que complican la lectura desde el sur del sur. El autor es Dorian Linskey, inglés que escribe para The Guardian y publicaciones especializadas de su país. Un tipo que está tan en el ruedo que sobre todo en algunos de los últimos capítulos, utilizó sus propias entrevistas a integrantes de los Clash, Dead Kennedys o Green Day como fuente.


Había que animársele al bodoque de 942 páginas pero no sólo el título es hermoso: que consagrara capítulos a U2, Rage Against The Machine o Radiohead comenzó la tarea de ablande. Que el texto arrancara con Woodie Guthrie, Bod Dylan, Pete Seeger terminó de convencerme porque he de admitir, el folk estadounidense forma parte de mi banda sonora en los últimos 10 años, aunque también descuella en mi lista Billy Bragg, prócer inglés de la canción proletaria. Su lectura me acompañó el último verano, hace una eternidad.


Advierte el autor que canciones protestas se escribieron y cantaron en buena parte del mundo pero que –por razones comprensibles- su enfoque es básicamente anglosajón. Su análisis sólo se escapa de Estados Unidos y Gran Bretaña para recalar en los orígenes del reggae en Jamaica, en Sudáfrica y su lucha contra el apartheid y en el inolvidable Fela Kuti, fundador del afro beat. Sólo un sudamericano se ganó un lugar en “33 revoluciones por minuto”: Víctor Jara.


Para quienes caminamos por la vida “con el alma llena de banderas”, el capítulo pertinente no aportará grandes sorpresa, aunque sí algunos episodios no muy conocidos. Por ejemplo, el que firma ignoraba que en el invierno santiaguino de 1971, Phil Ochs conoció a Víctor de casualidad. Contemporáneo de Dylan, Ochs tituló a su primera banda Singing Socialists. Un tanto en broma, otro en serio, declaró que sus letras provenían de la Newsweek y su música de Mozart, por aquella vieja diferenciación entre canción protesta y de actualidad. Tuvo sus momentos de gloria en los 60 y cuando supo de la experiencia socialista en Chile, quiso en persona ver de qué se trataba. Esa misma noche, 31 de agosto, Víctor tenía que tocar en el entretiempo de un partido de básquet que disputarían un equipo universitario y otro de mineros. Invitó a Ochs a cantar un par de canciones. Después, actuaron juntos en la televisión nacional. Días más tarde, en una carta familiar, el estadounidense escribiría: “Acabo de conocer lo auténtico de verdad. Pete Seeger y yo no somos nada comparados con esto. Éste hombre es realmente quien dice ser”.


Dos años después, sabemos qué sucedió. Ochs se enteró de la muerte de Víctor al regresar de otro viaje por África y quedó devastado, a tal punto que entrevió su propio final. Pero antes, transformó el dolor en energía y organizó un concierto a beneficio para llamar la atención del público estadounidense, al que tituló “Una noche con Salvador Allende”. La venta de entradas no iba bien hasta que Ochs se cruzó con Bob Dylan por el Greenwich Village y desembuchó todo lo que sabía sobre la situación en Chile, incluido el heroico final del “compañero presidente”. Dylan se sumó al concierto y rápidamente, las entradas se agotaron. La asistencia fue multitudinaria e incluyó a Joan Jara e Isabel, viuda de Allende. Además de Ochs y Dylan, participaron Arlo Guthrie y Pete Seeger. El estadounidense amigo de Víctor alcanzó a ver la caída de Saigón en 1975 pero al año siguiente, se quitó la vida. A diferencia suya, el autor de “Manifiesto” estaba en la plenitud de su expresividad artística cuando fue asesinado por militares. No acordaba con la expresión porque prefería hablar de canciones revolucionarias. Pero es el único sudamericano que mereció un capítulo en “33 revoluciones por minuto. Historia de la canción protesta”.

Por: Adrián Moyano.

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